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EXAMEN CRITICO

 

Il grande carabiniere della Chiesa

Como
se sabe, el concilio ecuménico Vaticano II (1962-1965) emprendió la
reforma de la liturgia católica, cosa que ya estaba en los planes de
Pío XII, quien en 1948 (un año después de publicar su encíclica Mediator Dei,
había instituido una comisión con ese objeto. En realidad, no tenía
nada de extraordinario el que la Iglesia revisara sus ritos: lo ha
hecho siempre y, después de la gran reforma tridentina, no cesó de
ponerlos a punto cuando lo estimó necesario (el Misal Romano tuvo
varias ediciones típicas después de la de 1570; el Breviario fue
ampliamente modificado por san Pío X; el mismo Pío XII encargó una
nueva traducción de los salmos opcional para el rezo del oficio). Lo
que pasa es que siempre en el pasado se había respetado la tradición
(que no hay que confundir con conservadurismo). En las liturgias
orientales es un principio sacrosanto la intangibilidad de los ritos.
En la Iglesia latina, sin llegarse a esto, sí que existe un respeto por
lo que ha sido transmitido a través de los siglos, adaptándolo –cuando
se juzga necesario– a las legítimas exigencias de los tiempos. Pero una
justa adaptación no implica nunca una revolución. El Vaticano II así lo
comprendió y estableció la puesta al día (aggiornamento) de la liturgia en su constitución Sacrosanctum Concilium
de 1963. Si se lee atentamente este documento nada hay en él contrario
a la sana tradición de la Iglesia y la reforma en él planteada era
razonable y podría haber dado buenos frutos si no se la hubiera
adulterado a continuación.

El papa Pablo VI, con el objeto de llevar a la práctica la reforma litúrgica querida por el concilio, instituyó el Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia,
independiente de la entonces Sagrada Congregación de Ritos, el
dicasterio encargado de velar por la liturgia. Durante las sesiones
conciliares el ala liberal había acusado constantemente a la Curia de
ser conservadora (lo cual era cierto de algún modo) y de obstaculizar
los trabajos conciliares (lo cual era falso e injusto, pues
precisamente fueron los llamados progresistas los que sabotearon
sistemáticamente el reglamento del Vaticano II, aprobado por el beato
Juan XXIII). A Pablo VI lo convencieron, pues, de la conveniencia de
quitar a Ritos (presidido por el cardenal cordimariano Arcadio
Larraona, considerado tradicional) la competencia en la actuación de la
reforma litúrgica y darla a un organismo que no tuviera que dar cuenta
sino al Papa directamente. El Consilium estaba presidido por
el cardenal Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia y significado líder
liberal del concilio, y tenía por secretario al P. Annibale Bugnini,
vicentino, propulsor del movimiento litúrgico (aunque no el ortodoxo de
Dom Guéranger, sino el arqueologista y ecumenista de Dom Beaudoin).

El
aspecto de la reforma litúrgica que nos interesa ahora y hace a nuestro
tema es el de la misa, por lo cual dejamos aparte la reforma de los
demás libros litúrgicos. La del misal romano se llevó a cabo en dos
fases. La primera consistió en el desmantelamiento del rito clásico
codificado por san Pío V y cuya última edición típica fue la del beato
Juan XXIII de 1962, justo el año en el que comenzó el Vaticano II. En
1965 y en 1967 el Consilium publicó sucesivas instrucciones
en fuerza de las cuales se mutilaba el ordinario de la misa y se
relegaba peligrosamente el uso del latín (considerado, sin embargo, por
el propio concilio como la lengua propia de los ritos latinos). Estos
cambios ya pusieron sobre aviso a los católicos fieles a la tradición
(a los que se comenzó a llamar “tradicionalistas”). Fue en estos años
cuando comenzó a organizarse la defensa del rito antiguo,
principalmente en torno a la revista francesa Itinéraires (Louis Salleron, Jean Madiran) y a UNA VOCE (véase esta entrada anterior: http://roma-aeterna-una-voce.blogspot.com/2009/04/breve-historia-de-la-fiuv-i.html).
Hay que decir que estas iniciativas provenían de los seglares, aunque
en el ámbito del clero se seguía también con preocupación la evolución
de la reforma litúrgica. La segunda fase fue la creación de un Novus Ordo que substituyera al antiguo, para lo cual fueron admitidos a los trabajos del Consilium
observadores no católicos (un talmudista judío y algunos expertos
protestantes), que a menudo rebasaron su carácter meramente consultivo.
El caso es que en 1967, el P. Bugnini propuso al sínodo de los obispos
la llamada missa normativa, que no llegó a ser aprobada
debido a los reparos de la mayoría de los padres sinodales. Dos años
más tarde, sin embargo, ese mismo rito, con algunos retoques, era
promulgado por Pablo VI mediante la constitución apostólica Missale Romanum de 3 de abril de 1969.

Pablo VI y los observadores protestantes del Consilium: Rev. Jasper, Dr. Shepherd,
Prof. George, pastor Kenneth, Rev. Brand y el Hno. Max Thurian de Taizé

El Novus Ordo Missae
constituía el triunfo de las tesis que el movimiento litúrgico desviado
había ido introduciendo en la Iglesia, primero subrepticiamente y
después del concilio abiertamente (tesis contrarias a los principios
que había dejado bien claros Pío XII en la carta magna de la liturgia
católica que fue su encíclica Mediator Dei de 1947). Lo más
llamativo era que el resultado se hallaba en abierto contraste con lo
que había dispuesto la mismísima constitución Sacrosanctum Concilium. La misa del Consilium no era en absoluto la misa del Concilium.
Los tradicionalistas habían tenido razón de inquietarse con las
primeras modificaciones. La reforma de la misa resultaba ser, en
realidad, una revolución litúrgica. No se había tratado sólo de una
refundición o adaptación del antiguo rito según una legítima evolución
homogénea: se estaba delante de una verdadera y propia innovación. El
mismo artífice del Novus Ordo, monseñor Bugnini, admitió que
se habían dado a los ritos estructuras nuevas (la substitución del
antiguo ofertorio pre-sacrifical por una presentación de ofrendas de
origen judío da buena fe de ello).

A
la sazón convergían en Roma algunos personajes eclesiásticos que se
habían significado por su defensa de la continuidad con la tradición
durante los debates en el aula conciliar: el cardenal Alfredo
Ottaviani, prefecto emérito del ex-Santo Oficio; el cardenal Antonio
Bacci, eximio latinista; monseñor Marcel Lefebvre, antiguo delegado
apostólico en el África francófona, que acababa de renunciar como
superior general de los Padres del Espíritu Santo (por estar en
desacuerdo con la línea liberal adoptada por la congregación), y el
R.P. Michel Louis Guérard des Lauriers, dominico, profesor en la
Pontificia Universidad Lateranense y en el Angelicum. También por
aquellos días se constituía en la Ciudad Eterna la correspondiente
italiana de UNA VOCE. Dos de sus miembros, la poetisa y artista
Vittoria Guerrini (bajo el nombre artístico de Cristina Campo) y Emilia
Pediconi, lograron reunir un grupo de estudio, conformado por teólogos
romanos de confianza bajo la dirección del P. Guérard des Lauriers,
para examinar el Novus Ordo Missae. El cardenal Ottaviani
aceptó revisar los trabajos, que se desarrollaron de forma intensiva
durante los meses de abril y mayo de 1969, siendo seguidos de cerca por
monseñor Lefebvre. El resultado fue el Breve Examen Crítico,
redactado en latín probablemente en el círculo del cardenal Bacci, que
contó con la aprobación final del cardenal Ottaviani. Vittoria Guerrini
(foto) lo tradujo
inmediatamente al italiano y monseñor Lefebvre obtuvo una versión
francesa del P. Guérard de Lauriers. La versión definitiva fue datada
el día de Corpus de 1969, es decir el 5 de junio de hace cuarenta años.

¿Qué sostenía este examen del Novus Ordo? En líneas generales he aquí sus puntos principales:

1.-
La definición de la misa simplemente como asamblea y cena en desmedro
de su carácter esencial de sacrificio (como se ve en el artículo 7 de
la Institutio generalis).
2.- La supresión de todo aquello
que habla de un sacrificio propiciatorio ofrecido a Dios (que es lo que
los portestantes niegan).
3.- La disminución del sacerdote celebrante, reducido a mero « presidente de la asamblea ».
4.- El silencio sobre la Trnasubstanciación y la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía.
5.- El cambio del modo activo (infra-actionem) al modo narrativo en el momento de la consagración.
6.- La multiplicación de opciones ad libitum, que atenta realmente contra la unidad dentro del mismo rito.
7.-
El empleo a lo largo de todo el texto del ordinario de la misa de un
lenguaje ambiguo y equívoco que abre la posibilidad a múltiples
interpretaciones.

De todo ello deducían los cardenales Ottaviani y Bacci que “atendidos
los elementos nuevos, susceptibles de apreciaciones muy diversas, que
aparecen subentendidos o implicados, se aleja de manera impresionante,
en conjunto y en detalle, de la teología católica de la Santa Misa tal
como fue formulada en la XXII Sesión del Concilio de Trento, el cual,
al fijar definitivamente los cánones del rito, levantó una barrera
infranqueable contra toda herejía que pudiera menoscabar la integridad
del Misterio”
. Palabras mayores, pero que reflejaban una realidad objetiva y comprobable.

De lo que se trataba ahora era de presentar lo más pronto posible el riguroso estudio redactado por el P. Guérard des Lauriers (foto)
al Santo Padre antes de que entrara en vigor la nueva liturgia de la
misa, lo cual estaba previsto para la primera domínica de adviento de
ese mismo año. El cardenal Ottaviani preparó una carta a Pablo VI
acompañando el Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae (de
la que está entresacada la cita anterior) y esperaba que la firmara un
buen número de prelados. Después de todo, durante el Vaticano II se
había logrado aglutinar a más de 500 padres conciliares en lo que se
llamó el Coetus Internationalis Patrum, que hizo una decidida
oposición –a veces eficaz– a la conocida como Alianza del Rin, que
lideraba al ala liberal de la asamblea ecuménica. Monseñor Lefebvre
pensaba que se podrían llegar a recoger más de 600 firmas. Sin embargo,
las gestiones llevadas a cabo discretamente en los círculos vaticanos y
los medios conservadores de la Iglesia no dieron un gran resultado.
Aunque doce cardenales presentes en Roma dieron su consentimiento para
subscribir el documento (entre ellos el español Larraona), al final
sólo dos estamparon su firma el 13 de septiembre de 1969: Ottaviani y
Bacci. ¿Qué había sucedido? Un sacerdote tradicionalista –sin duda con
muy buena voluntad pero con poco tino y un gran desconocimiento de cómo
marchan las cosas en Roma– cometió la imprudencia de publicar el Breve Examen Crítico
antes de ser sometido a Pablo VI, siendo así que se había acordado no
darlo a la luz hasta un mes después. Esto hizo retroceder a los
potenciales signatarios, que temieron aparecer como desafiantes a la
autoridad del Romano Pontífice.
Todo
y así, el escrito se envió al papa Montini, que lo remitió a la Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe, a fin de conocer si las
críticas que el Breve Examen Crítico hacía al Novus Ordo Missae
tenían fundamento teológico. El 12 de noviembre de 1969, el cardenal
Franjo Seper respondió por medio de una carta al secretario de Estado
cardenal Villot, cuyo contenido no fue dado a conocer, si bien monseñor
Bugnini, en sus memorias, afirma (sin aportar la prueba documental) que
la Institutio generalis del nuevo misal romano (en la que se expone la
doctrina que subyace al rito) fue hallada conforme a la ortodoxia,
quedando así desmentidas las acusaciones del alegato firmado por los
cardenales Ottaviani y Bacci (foto). Algunos días después, se reunió el Consilium para estudiar las objeciones hechas al Novus Ordo, llegándose a la conclusión de que, los puntos que ofrecían dificultades en la Institutio generalis
no tenían en realidad un carácter doctrinal sino pastoral y que las
explicaciones de lo que era la misa contenidas en ella no tenían por
qué ser exhaustivas. Sin embargo, esto estaba en contradicción con lo
que el propio Bugnini había sostenido en el curso de la elaboración del
rito reformado, a saber: que la Institutio generalis debía contener principios doctrinales y constituir una explicación teológica completa sobre la eucaristía.

En cuanto a los cardenales firmantes de la carta a Pablo VI que acompañaba al Novus Ordo Missae,
nunca recibieron una respuesta directa del Papa. Pero el cardenal
Ottaviani fue recibido por éste en audiencia el 7 de diciembre y,
aunque no trascendió lo que en ella se trató (oficialmente, el
pontífice quería tan sólo interesarse por la salud del purpurado
después de una hospitalización que sufrió), sí que fue significativo el
hecho de que desde entonces el aguerrido carabiniere della Chiesa no volvió a tratar públicamente del asunto del Novus Ordo.
Es significativo, no obstante, el hecho de que en su diario anote que
la audiencia papal comenzó en medio de una atmósfera tensa “a causa de la carta que le enviamos Bacci y yo”.
Parece ser, pues, que Pablo VI le obligó bajo obediencia a abstenerse
de manifestarse al respecto. Del posterior silencio del cardenal
Ottaviani han querido deducir algunos que se contentó con las
seguridades que le habría dado el Papa de su perfecta ortodoxia. Otros
han ido más lejos y aseguran que, en realidad, nada tuvo que ver con el
Breve Examen Crítico y puso su firma de mala gana,
desautorizando más tarde el escrito. Para ello sacan a relucir una
supuesta carta suya al monje francés Dom Gerard Lafond fechada el 17 de
febrero de 1970, en la cual lo felicitaba por una apología de la nueva
misa, en uno de cuyos pasajes se afirmaba que el cardenal había sido
autor de algunas de sus partes. Pero no sólo eso: también afirmaba
Ottaviani que la carta que acompañaba el Breve Examen Crítico se había enviado sin su consentimiento y que para él los discursos de Pablo VI del 19 y 26 de noviembre defendiendo el Novus Ordo zanjaban la cuestión de la misa.

El publicista católico francés Jean Madiran (foto)
no tardó en contestar la autenticidad de la carta del 17 de febrero,
que no menciona el biógrafo del cardenal Ottaviani, Emilio Cavaterra
(que, sin embargo revisó cuidadosamente su diario y sus papeles) ni
tampoco monseñor Gilberto Agustoni, secretario de aquél y ferviente
defensor del Novus Ordo, que, sin duda, habría esgrimido esa
valiosa prueba documental de haber sido auténtica. Es más: todas las
sospechas de una falsificación recaen sobre Agustoni, en quien
Ottaviani había depositado su confianza, manteniéndola hasta que le
llegaron voces de que su secretario se aprovechaba de su ceguera para
hacerle firmar documentos de los que no se enteraba bien. Uno de esos
documentos pudo perfectamente ser la famosa carta. Pero hay un hecho
clarificador: tanto antes como después del 17 de febrero de 1970, el
cardenal Ottaviani reafirmó de viva voz y ante testigos (aunque no
públicamente) su apoyo al Breve Examen Crítico. Por lo demás, el
cardenal Bacci siempre se mantuvo firme y nunca escatimó sus críticas a
la reforma litúrgica y a sus fautores (entre ellos el cardenal Lercaro).

Sea
como fuere, lo cierto es que algún resultado dio la intervención de los
dos ilustres príncipes de la Iglesia, pues la entrada en vigor del Novus Ordo Missae hubo de atrasarse medio año para poder enmendar las partes más polémicas de la Institutio generalis.
Se introdujeron las modificaciones que evitaban una interpretación
protestante de la misa (se cambió el polémico y escandaloso artículo 7
de la Institutio) y reforzaban la interpretación católica en puntos claves como la noción de sacrifico propiciatorio, la acción del sacerdote in persona Christi,
etc. Se añadió un preámbulo doctrinal de corte y estilo tridentino,
pero ello no obstante, no se tocó el rito en sí mismo. A pesar de todo,
su ortodoxia estaba salvada y ello se debe al Breve Examen Crítico.
Esta intervención fue providencial en un momento en el que la teología
católica coqueteaba con la herejía y el modernismo y en que se imponía
por la fuerza una hermenéutica de la ruptura, invocando el llamado
“espíritu del Concilio”, un concilio que, sin embargo, no había
previsto ni habría querido lo que en su nombre después se promovió. La
oportunísima requisitoria de los cardenales Ottaviani y Bacci a favor
de salvar la doctrina católica de la misa fue el primer y temprano paso
hacia la recuperación de la misa de siempre y por ello los católicos no
podemos sino estarles profundamente agradecidos y venerar su piadosa
memoria.

Nunca fue abrogado

(FUENTE: ROMAE AETERNA)



La doctrina de la Iglesia con respecto al Diablo

por el Obispo de Fanari, Aganthángelos

Según la tradición bíblico-patrística, el diablo no
es personificación de las pasiones, sino persona creada por Dios como
ángel y que, al perder su comunión con él, se convirtió en un espírtitu
oscuro, diablo. El diablo, como persona, tiene libre albedrío, es
decir, libertad, que Dios no fuerza ni suprime.

El misterio de la iniquidad se activa en la
Historia, el diablo sigue engendrando el mal y llevando a cabo su labor
destructiva desde el momento en que apareció la Iglesia. La tradición
bíblica y patrística, aparte de toda visión teórica y moral del bien y
el mal, habla del taimado rival de Dios y enemigo del hombre. Es el
diablo, en quien sólo hay negación y que destruye y paraliza todo,
porque es espíritu de mortandad por rechazo a la vida esencial.

Por consiguiente, el diablo es una entidad concreta,
una existencia determinada. Se introduce en la historia mediante la
soberbia, la arrogancia y el engaño, como deicida y homicida, como el
fraude y la mentira de la nada, como el parásito que parodia y
escarnece la creación y al hombre. El pecado, las pasiones, la muerte,
es el mal que aquél engendra con su perversión y su odio, y sobre el
cual ejerce su poder y autoridad. El mal no es suma de acciones
humanas, sino una tentación activa que tiene su raíz en el principio
demoníaco, en un principio, pues, ajeno al hombre y su naturaleza, y
que la libertad humana puede aceptar o rechazar.

El diablo sobrevino por voluntad y acto de Dios. Los
demonios no fueron creados demonios por Dios desde el principio, porque
Dios no creó el mal, ya que todo lo hizo bueno. Fueron creados libres
de mal en su esencia y naturaleza, libres, independientes y autónomos
en cuanto a su voluntad y deseo, tal y como ocurrió con los ángeles.
Pero a partir de su caída voluntaria debida a su soberbia, sus cuerpos
delicados, etéreos e inmaculados se volvieron tenebrosos y oscuros,
materiales y pasionales.

En vista de que en su creación los demonios
constituyeron un orden entero, se considera que son muy numerosos y se
dividen en grupos y órdenes. La multitud de demonios y su división en
grupos y escalas se basa en su polinomia y su obra. Siendo, pues,
numerosos y polinómicos los demonios, luchan incesantemente por
invalidar la obra redentora de Cristo. No pudiendo hacer daño
directamente a Dios, se vuelven contra los hombres y los combaten con
su demónica sabiduría, enturbian nuestras voluntades, nos provocan
creando tentaciones, hacen todo lo posible por herir al hombre, operan
a través de las pasiones, nos combaten con las penas, ponen obstáculos
a la oración. Opera de tantos modos que, si Dios es el Ser, el diablo
puede caracterizarse como "el que se transforma".

La tentación y la guerra del diablo no están nunca
por encima de las fuerzas del hombre, no violentan su autonomía ni
afectan a su razón natural, que Dios ha permitido que mantenga mediante
su deseo y libertad. El poder del diablo no es vinculante, sino que
depende siempre de nuestra libertad. Sucumbir a las tentaciones es
cuestión nuestra. O que Satanás domine y ejerza su poder es algo
conectado con la decisión activa del hombre que, pervirtiendo su
libertad, dice no a Dios y sí al diablo. Los Padres de la Iglesia
insisten en que el hombre no se queda nunca solo. Si se aleja de la
gracia de Dios, se hace vulnerable a la influencia satánica. Si el
cuerpo del hombre no es manejado como arma por Dios, dice San Simeón el
Nuevo Teólogo, lo maneja el diablo, con el consentimiento y la
cooperación del hombre.

El creyente es llamado a ser el hombre de la
purificación y la oración, porque Satanás no dejará de hacer burla y
escarnio, de transformarse y de engañar, de corromper y desvirtuar el
Evangelio de Dios y la libertad de la Cruz de Cristo prometiendo
comodidades y felicidad. Y corremos el peligro de llegar a la plena
humillación entregándonos a las tentaciones demoníacas, tal y como hoy
las encontramos en las "Iglesias" y el culto de Satanás.

Si el diablo tiene la facultad de transformarse en
ángel de luz, nos damos cuenta de hasta qué punto puede hoy tentar y
humillar al hombre con las cosas más inocentes, felices y útiles.
Consiguiendo tendernos la trampa más astuta: el aparente triunfo de la
independencia humana.

Dicen muchos: no hay ni Dios, ni diablo. Pero la
fuerza de los demonios es equivalente al rechazo de la Economía Divina
de la Santísima Trinidad. Cristo humilló y puso al descubierto los
principios demoníacos. Pero la negación de la existencia del diablo
facilita más que ninguna otra cosa su labor. Debemos estar listos para
convertirnos en espectadores de los más sorprendentes prodigios del
diablo, con los cuales intenta alimentar al hombre moderno; haciendo
pan de las piedras. Debemos estar listos para afrontar una época de
engaños secretos y homicidas, que señalarán la nueva oscuridad de la
tierra desde la sexta hasta la novena hora, en la cual se aniquilará al
hombre y se perderán sus obras.

La Biblia Satánica proclama: " Da golpe por golpe, desprecio por desprecio, ruina por ruina, con usura cuatrocientas veces mayor ". " Anula todo sentimiento, todos los tabúes y todos los escrúpulos. Da la muerte a cuantos intentan arrebatarte este derecho ".

La omnipotencia de Dios, de acuerdo con su voluntad,
no elimina la libertad de los seres racionales. De esta manera, deja al
diablo trabajar por el mal porque es persona. Pero limita su
destructiva labor mediante el amor y la caridad, cuando el hombre se
arrepiente, lo perdona, y de este modo limita el reino del mal, pero la
definitiva supresión del poder del diablo tendrá lugar durante el
Juicio Final.

La obra del diablo es destructiva. Odia inmensamente
al hombre y a toda la creación. Esta poseído por una mortal
misantropía. Inspira pensamientos contra Dios y el prójimo, influye en
la voluntad del hombre, actúa ontológicamente sobre la naturaleza. Los
Padres dicen que como los hombres no eran capaces de comprender la
existencia y el furor del diablo, que se manifiesta por medio de las
ofensas contra el alma, Dios le permitió introducirse también en el
cuerpo, de manera que todos podamos ser conscientes de su furor.

Satanás consiguió mediante el fraude y el engaño
someter al hombre a las pasiones y el pecado. La causa que lo llevó a
esta acción era la envidia. Envidiaba el diablo a Adán, pues lo veía
habitar en el lugar del deleite completo e inmutable, el Paraíso, de
donde él había sido justamente expulsado.

Esta ofensa y esfuerzos del diablo por arrastrar al
hombre a las pasiones puede a veces tener lugar gradualmente. San
Gregorio Palamás dice que Satanás no dicta directamente el pecado y la
vida lejos de la Iglesia, sino que " hurtaba maliciosamente en pequeñas cantidades "
susurrando al hombre la idea de que puede permanecer en la virtud y
conocer por sí mismo qué debe hacer, sin necesidad siquiera de asistir
a la iglesia y sin obedecer a los pastores y maestros de la Iglesia. Y
cuando consigue sustraerlo a la vida de culto de la Iglesia, lo aleja
de la Gracia de Dios, habiéndolo primeramente entregado a la esclavitud
de las pasiones.

Ahora bien, ¿por qué Dios permite al diablo combatirnos? San Máximo el Confesor refiere cinco razones:

  • La primera es para que lleguemos a distinguir la virtud de la maldad llevando a cabo esta lucha .
  • La segunda, para que con la lucha conservemos segura e inmutable la virtud .
  • La tercera, para que no nos vanagloriemos de prosperar en la virtud, sino que la consideremos un don de Dios.
  • La cuarta, para que odiemos absolutamente la maldad, y la
    quinta, para que no olvidemos nuestra propia debilidad y la fuerza de
    Dios, cuando alcancemos la ausencia de pasiones.

El mal es que hoy la educación y toda nuestra
cultura ignoran esta realidad. No sólo no se enfrentan a ella, sino que
tampoco hablan del diablo y del pecado. Por ello podemos decir con
certeza que estamos dejando al hombre irredento, débil y desprotegido.

Y nosotros, por nuestra parte, hemos olvidado que
como ortodoxos pertenecemos a la Iglesia de Cristo y accedimos a ella
no para ejercer un deber formal y justificarnos a nosotros mismos, sino
para curar. Porque la Iglesia es lugar de curación, un hospital en el
cual ingresa el hombre para curar su mundo interior y liberarse de sus
pasiones, y no para destacar su lado positivo. Por otra parte, la
pérdida de significado de los oficios eclesiásticos es el fenómeno más
descorazonador de nuestra vida eclesiástica. Porque mientras que los
sacramentos fueron otorgados a la Iglesia para salvar al hombre, para
exorcizar, combatir y vencer a Satanás, nosotros los hemos convertido
en ocasiones para la vanagloria personal y la vanidad social. Hemos
olvidado, al parecer, "que donde no está Cristo, están los demonios, y
donde están los demonios la recta razón es pervertida y corrompida".

Si vivimos esta verdad, saldremos de nuestro encierro en el engaño del diablo y del pecado, y seremos libres.

Sin embargo, no hay que tener miedo. ¡No! Hay
Cristo, Iglesia, la vida cultual, la oración, la valentía espiritual,
el arrepentimiento. Una ortodoxia que no vence, sino que es vencida por
el diablo, que no es temible, sino que teme a los demonios, no es de
Cristo y de la Iglesia.

Somos llamados a dar testimonio por medio de nuestra
consciencia dogmática de que el Señor del mundo y de la historia es
Cristo. Quien conoce la verdad, ni teme ni desespera.

Respondiendo a la pregunta " ¿eres tú el que ha de venir o aguardamos a otro? ", el Señor respondió: " Id
a anunciar lo que habéis visto y oído. Los ciegos recobran vista, los
cojos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan, los
humildes son evangelizados. Ha llegado a nosotros el Reino de Dios
".

Ojalá vivamos esta verdad virtuosa, profunda y
sinceramente. Es lo mejor para nosotros, para nuestro mundo, para
nuestros hijos y jóvenes, para descubrir el más profundo sentido de la
vida, la verdadera naturaleza del hombre, la libertad y el conocimiento
de Dios.

LA REALEZA DE MARIA

Desde la Devocion Catolica

Ad Caeli Reginam

Carta Encíclica
Sobre la realeza de María

SS. Pío XII

11 de octubre de 1954

INTRODUCCIÓN

1. La devoción mariana practicada desde los primeros siglos, es hoy más que nunca necesaria

A la Reina del Cielo, ya desde los primeros siglos de la Iglesia católica, elevó el pueblo cristiano suplicantes oraciones e himnos de loa y piedad, así en sus tiempos de felicidad y alegría como en los de angustia y peligros; y nunca falló la esperanza en la Madre del Rey divino, Jesucristo, ni languideció aquella fe que nos enseña cómo la Virgen María, Madre de Dios, reina en todo el mundo con maternal corazón, al igual que está coronada con la gloria de la realeza en la bienaventuranza celestial.

Y ahora, después de las grandes ruinas que aun ante Nuestra vista han destruido florecientes ciudades, villas y aldeas; ante el doloroso espectáculo de tales y tantos males morales que amenazadores avanzan en cenagosas oleadas, a la par que vemos resquebrajarse las bases mismas de la justicia y triunfar la corrupción, en este incierto y pavoroso estado de cosas Nos vemos profundamente angustiados, pero recurrimos confiados a nuestra Reina María, poniendo a sus pies, junto con el Nuestro, los sentimientos de devoción de todos los fieles que se glorían del nombre de cristianos.

2. El Pontífice establece la fiesta de la realeza de María

Place y es útil recordar que Nos mismo, en el primer día de noviembre del Año Santo, 1950, ante una gran multitud de Eminentísimos Cardenales, de venerables Obispos, de Sacerdotes y de cristianos, llegados de las partes todas del mundo -decretamos el dogma de la Asunción de la Beatísima Virgen María al Cielo, donde, presente en alma y en cuerpo, reina entre los coros de los Ángeles y de los Santos, a una con su unigénito Hijo. Además, al cumplirse el centenario de la definición dogmática -hecha por Nuestro Predecesor, Pío IX, de ilustre memoria- de la Concepción de la Madre de Dios sin mancha alguna de pecado original, promulgamos el Año Mariano, durante el cual vemos con suma alegría que no sólo en esta alma Ciudad -singularmente en la Basílica Liberiana, donde innumerables muchedumbres acuden a manifestar públicamente su fe y su ardiente amor a la Madre celestial- sino también en toda las partes del mundo vuelve a florecer cada vez más la devoción hacia la Virgen Madre de Dios, mientras los principales Santuarios de María han acogido y acogen todavía imponentes peregrinaciones de fieles devotos.

Y todos saben cómo Nos, siempre que se Nos ha ofrecido la posibilidad, esto es, cuando hemos podido dirigir la palabra a Nuestros hijos, que han llegado a visitarnos, y cuando por medio de las ondas radiofónicas hemos dirigido mensajes aun a pueblos alejados, jamás hemos cesado de exhortar a todos aquellos, a quienes hemos podido dirigirnos, a amar a nuestra benignísima y poderosísima Madre con un amor tierno y vivo, cual cumple a los hijos.

Recordamos a este propósito particularmente el Radiomensaje que hemos dirigido al pueblo de Portugal, al ser coronada la milagrosa Virgen de Fátima, Radiomensaje que Nos mismo hemos llamado de la "Realeza" de María.

Por todo ello, y como para coronar estos testimonios todos de Nuestra piedad mariana, a los que con tanto entusiasmo ha respondido el pueblo cristiano, para concluir útil y felizmente el Año Mariano que ya está terminando, así como para acceder a las insistentes peticiones que de todas partes Nos han llegado, hemos determinado instituir la fiesta litúrgica de la "Bienaventurada María Virgen Reina".

3. No se trata de una nueva verdad, sino de la exposición de una realidad antigua.

Cierto que no se trata de una nueva verdad propuesta al pueblo cristiano, porque el fundamento y las razones de la dignidad real de María, abundantemente expresadas en todo tiempo, se encuentran en los antiguos documentos de la Iglesia y en los libros de la sagrada liturgia.

Mas queremos recordarlos ahora en la presente Encíclica para renovar las alabanzas de nuestra celestial Madre y para hacer más viva la devoción en las almas, con ventajas espirituales.

I.

La tradición acerca de la realeza de María

4. La fe del pueblo cristiano basado en la Biblia.

Con razón ha creído siempre el pueblo cristiano, aun en los siglos pasados, que Aquélla, de la que nació el Hijo del Altísimo, que reinará eternamente en la casa de Jacob y [será] Príncipe de la Paz, Rey de los reyes y Señor de los señores, por encima de todas las demás criaturas recibió de Dios singularísimos privilegios de gracia. Y considerando luego las íntimas relaciones que unen a la madre con el hijo, reconoció fácilmente en la Madre de Dios una regia preeminencia sobre todos los seres.

5. Los antiguos escritores y Padres de la Iglesia

Por ello se comprende fácilmente cómo ya los antiguos escritores de la Iglesia, fundados en las palabras del arcángel San Gabriel que predijo el reinado eterno del Hijo de María, y en las de Isabel que se inclinó reverente ante ella, llamándola Madre de mi Señor, al denominar a María Madre del Rey y Madre del Señor, querían claramente significar que de la realeza del Hijo se había de derivar a su Madre una singular elevación y preeminencia.

Por esta razón San Efrén, con férvida inspiración poética, hace hablar así a María: Manténgame el cielo con su abrazo, porque se me debe más honor que a él; pues el cielo fue tan sólo tu trono, pero no tu madre. ¡Cuánto más no habrá de honrarse y venerarse a la Madre del Rey que a su trono!. Y en otro lugar ora él así a María: … virgen augusta y dueña, Reina, Señora, protégeme bajo tus alas, guárdame, para que no se gloríe contra mí Satanás, que siembra ruinas, ni triunfe contra mí el malvado enemigo. -San Gregorio Nacianceno llama a María

6. Los teólogos y Papas.

Los Teólogos de la Iglesia, extrayendo su doctrina de estos y otros muchos testimonios de la antigua tradición, han llamado a la Beatísima Madre Virgen Reina de todas las cosas creadas, Reina del mundo, Señora del universo. Los Sumos Pastores de la Iglesia creyeron deber suyo el aprobar y excitar con exhortaciones y alabanzas la devoción del pueblo cristiano hacia la celestial Madre y Reina. Dejando aparte documentos de los Papas recientes, recordaremos que ya en el siglo séptimo Nuestro Predecesor San Martín llamó a María nuestra Señora gloriosa, siempre Virgen; San Agatón, en la carta sinodal, enviada a los Padres del Sexto Concilio Ecuménico, la llamó Señora nuestra, verdadera y propiamente Madre de Dios; y en el siglo octavo, Gregorio II en una carta enviada al patriarca San Germán, leída entre aclamaciones de los Padres del Séptimo Concilio Ecuménico, proclamaba a María Señora de todos y verdadera Madre de Dios y Señora de todos los cristianos.

Recordaremos igualmente que Nuestro Predecesor, de ilustre memoria, Sixto IV, en la bula Cum praexcelsa, al referirse favorablemente a la doctrina de la inmaculada concepción de la Bienaventurada Virgen, comienza con estas palabras: Reina, que siempre vigilante intercede junto al Rey que ha engendrado. E igualmente Benedicto XIV, en la bula Gloriosae Dominae llama a María Reina del Cielo y de la tierra, afirmando que el Sumo Rey le ha confiado a ella, en cierto modo, su propio imperio.

Por ello San Alfonso de Ligorio, resumiendo toda la tradición de los siglos anteriores, escribió con suma devoción: Porque la Virgen María fue exaltada a ser la Madre del Rey de los reyes, con justa razón la Iglesia la honra con el título de Reina

II.
La realeza de María en la liturgia y el arte

1. En la liturgia.

7. La realeza de María en la liturgia oriental

La sagrada Liturgia, fiel espejo de la enseñanza comunicada por los Padres y creída por el pueblo cristiano, ha cantado en el correr de los siglos y canta de continuo, así en Oriente como en Occidente, las glorias de la celestial Reina.

Férvidos resuenan los acentos en el Oriente: Oh Madre de Dios, hoy eres trasladada al cielo sobre los carros de los querubines, y los serafines se honran con estar a tus órdenes, mientras los ejércitos de la celestial milicia se postran ante Tí.

Y también: Oh justo, beatísimo [José], por tu real origen has sido escogido entre todos como Esposo de la Reina Inmaculada, que de modo inefable dará a luz al Rey Jesús. Y además: Himno cantaré a la Madre Reina, a la cual me vuelvo gozoso, para celebrar con alegría sus glorias… Oh Señora, nuestra lengua no te puede celebrar dignamente, porque Tú, que has dado a la luz a Cristo Rey, has sido exaltada por encima de los serafines. … Salve, Reina del mundo, salve, María, Señora de todos nosotros.

En el Misal Etiópico se lee: Oh María, centro del mundo entero…, Tú eres más grande que los querubines plurividentes y que los serafines multialados. … El cielo y la tierra están llenos de la santidad de tu gloria.

8. En la liturgia latina.

Canta la Iglesia Latina la antigua y dulcísima plegaria "Salve Regina", las alegres antífonas "Ave Regina caelorum", "Regina caeli laetare alleluia" y otras recitadas en las varias fiestas de la Bienaventurada Virgen María: Estuvo a tu diestra como Reina, vestida de brocado de oro; La tierra y el cielo te cantan cual Reina poderosa; Hoy la Virgen María asciende al cielo; alegraos, porque con Cristo reina para siempre.

A tales cantos han de añadirse las Letanías Lauretanas que invitan al pueblo católico diariamente a invocar como Reina a María; y hace ya varios siglos que, en el quinto misterio glorioso del Santo Rosario, los fieles con piadosa meditación contemplan el reino de María que abarca cielo y tierra.

2. En el arte.

9. En el arte y en las tradiciones religiosas.

Finalmente, el arte, al inspirarse en los principios de la fe cristiana, y como fiel intérprete de la espontánea y auténtica devoción del pueblo, ya desde el Concilio de Efeso, ha acostumbrado a representar a María como Reina y Emperatriz que, sentada en regio trono y adornada con enseñas reales, ceñida la cabeza con corona, y rodeada por los ejércitos de ángeles y de santos, manda no sólo en las fuerzas de la naturaleza, sino también sobre los malvados asaltos de Satanás. La iconografía, también en lo que se refiere a la regia dignidad de María, se ha enriquecido en todo tiempo con obras de valor artístico, llegando hasta representar al Divino Redentor en el acto de ceñir la cabeza de su Madre con fúlgica corona.

Los Romanos Pontífices, favoreciendo a esta devoción del pueblo cristiano, coronaron frecuentemente con la diadema, ya por sus propias manos, ya por medio de Legados pontificios, las imágenes de la Virgen Madre de Dios, insignes tradicionalmente en la pública devoción.

III.
Los argumentos teológicos

1. La maternidad divina de María.

10. El fundamento doctrinal es 1º la maternidad divina de María.

Como ya hemos señalado más arriba, Venerables Hermanos, el argumento principal, en que se funda la dignidad real de María, evidente ya en los textos de la tradición antigua y en la sagrada Liturgia, es indudablemente su divina maternidad. De hecho, en las Sagradas Escrituras se afirma del Hijo que la Virgen dará a luz: Será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob eternamente, y su reino no tendrá fin; y, además, María es proclamada Madre del Señor. Síguese de ello lógicamente que Ella misma es Reina, pues ha dado vida a un Hijo que, ya en el instante mismo de su concepción, aun como hombre, era Rey y Señor de todas las cosas, por la unión hipostática de la naturaleza humana con el Verbo. San Juan Damasceno escribe, por lo tanto, con todo derecho: Verdaderamente se convirtió en Señora de toda la creación, desde que llegó a ser Madre del Creador; e igualmente puede afirmarse que fue el mismo arcángel Gabriel el primero que anunció con palabras celestiales la dignidad regia de María.

2. La cooperación a la Redención,

11. 2º su cooperación a la Redención de Cristo.

Mas la Beatísima Virgen ha de ser proclamada Reina no tan sólo por su divina maternidad, sino también en razón de la parte singular que por voluntad de Dios tuvo en la obra de nuestra eterna salvación.

¿Qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave -como escribía Nuestro Predecesor, de feliz memoria, Pío XI- que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista adquirido a costa de la Redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador; "Fuisteis rescatados, no con oro o plata, … sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un Cordero inmaculado". No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo "por precio grande" nos ha comprado.

Ahora bien, en el cumplimiento de la obra de la Redención, María Santísima estuvo, en verdad, estrechamente asociada a Cristo; y por ello justamente canta la Sagrada Liturgia: Dolorida junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo estaba Santa María, Reina del cielo y de la tierra.

Y la razón es que, como ya en la Edad Media escribió un piadosísimo discípulo de San Anselmo: Así como… Dios, al crear todas las cosas con su poder, es Padre y Señor de todo, así María, al reparar con sus méritos las cosas todas, es Madre y Señor de todo: Dios es el Señor de todas las cosas, porque las ha constituido en su propia naturaleza con su mandato, y María es la Señora de todas las cosas, al devolverlas a su original dignidad mediante la gracia que Ella mereció. La razón es que, así como Cristo por el título particular de la Redención es nuestro Señor y nuestro Rey, así también la Bienaventurada Virgen [es nuestra Señora y Reina] por su singular concurso prestado a nuestra redención, ya suministrando su sustancia, ya ofreciéndolo voluntariamente por nosotros, ya deseando, pidiendo y procurando para cada uno nuestra salvación.

12. El razonamiento teológico de la coredención.

Dadas estas premisas, puede argumentarse así: Si María, en la obra de la salvación espiritual, por voluntad de Dios fue asociada a Cristo Jesús, principio de la misma salvación, y ello en manera semejante a la en que Eva fue asociada a Adán, principio de la misma muerte, por lo cual puede afirmarse que nuestra redención se cumplió según una cierta "recapitulación", por la que el género humano, sometido a la muerte por causa de una virgen, se salva también por medio de una virgen; si, además, puede decirse que esta gloriosísima Señora fue escogida para Madre de Cristo precisamente para estar asociada a El en la redención del género humano "y si realmente fue Ella, la que, libre de toda mancha personal y original, unida siempre estrechísimamente con su Hijo, lo ofreció como nueva Eva al Eterno Padre en el Gólgota, juntamente con el holocausto de sus derechos maternos y de su maternal amor, por todos los hijos de Adán manchados con su deplorable pecado"; se podrá de todo ello legítimamente concluir que, así como Cristo, el nuevo Adán, es nuestro Rey no sólo por ser Hijo de Dios, sino también por ser nuestro Redentor, así, según una cierta analogía, puede igualmente afirmarse que la Beatísima Virgen es Reina, no sólo por ser Madre de Dios, sino también por haber sido asociada cual nueva Eva al nuevo Adán.

3. Su sublime dignidad y plenitud de gracia.

13. Realeza mariana en sentido análogo pero eminente por su dignidad y su gracia.

Y, aunque es cierto que en sentido estricto, propio y absoluto, tan sólo Jesucristo -Dios y hombre- es Rey, también María, ya como Madre de Cristo Dios, ya como asociada a la obra del Divino Redentor, así en la lucha con los enemigos como en el triunfo logrado sobre todos ellos, participa de la dignidad real de Aquél, siquiera en manera limitada y analógica. De hecho, de esta unión con Cristo Rey se deriva para Ella sublimidad tan espléndida que supera a la excelencia de todas las cosas creadas: de esta misma unión con Cristo nace aquel regio poder con que ella puede dispensar los tesoros del Reino del Divino Redentor; finalmente, en la misma unión con Cristo tiene su origen la inagotable eficacia de su maternal intercesión junto al Hijo y junto al Padre.

No hay, por lo tanto, duda alguna de que María Santísima supera en dignidad a todas las criaturas, y que, después de su Hijo, tiene la primacía sobre todas ellas. Tú finalmente -canta San Sofronio- has superado en mucho a toda criatura… ¿Qué puede existir más sublime que tal alegría, oh Virgen Madre? ¿Qué puede existir más elevado que tal gracia, que Tú sola has recibido por voluntad divina?. Alabanza, en la que aun va más allá San Germán: Tu honrosa dignidad te coloca por encima de toda la creación: Tu excelencia te hace superior aun a los mismos ángeles. Y San Juan Damasceno llega a escribir esta expresión: Infinita es la diferencia entre los siervos de Dios y su Madre.

Para ayudarnos a comprender la sublime dignidad que la Madre de Dios ha alcanzado por encima de las criaturas todas, hemos de pensar bien que la Santísima Virgen, ya desde el primer instante de su concepción, fue colmada por abundancia tal de gracias que superó a la gracia de todos los Santos. Por ello -como escribió Nuestro Predecesor Pío IX, de f. m., en su Bula- Dios inefable ha enriquecido a María con tan gran munificencia con la abundancia de sus dones celestiales, sacados del tesoro de la divinidad, muy por encima de los Ángeles y de todos los Santos, que Ella, completamente inmune de toda mancha de pecado, en toda su belleza y perfección, tuvo tal plenitud de inocencia y de santidad que no se puede pensar otra más grande fuera de Dios y que nadie, sino sólo Dios, jamás llegará a comprender.

4. María reina con Cristo.

14. Participación del poder y la distribución de los frutos de la redención.

Además, la Bienaventurada Virgen no tan sólo ha tenido, después de Cristo, el supremo grado de la excelencia y de la perfección, sino también una participación de aquel influjo por el que su Hijo y Redentor nuestro se dice justamente que reina en la mente y en la voluntad de los hombres. Si, de hecho, el Verbo opera milagros e infunde la gracia por medio de la humanidad que ha asumido, si se sirve de los sacramentos, y de sus Santos, como de instrumentos para salvar las almas, ¿cómo no servirse del oficio y de la obra de su santísima Madre para distribuirnos los frutos de la Redención?

Con ánimo verdaderamente maternal -así dice el mismo Predecesor Nuestro, PPío IX, de ilustre memoria- al tener en sus manos el negocio de nuestra salvación, Ella se preocupa de todo el género humano, pues está constituida por el Señor Reina del cielo y de la tierra y está exaltada sobre los coros todos de los Ángeles y sobre los grados todos de los Santos en el cielo, estando a la diestra de su unigénito Hijo, Jesucristo, Señor nuestro, con sus maternales súplicas impetra eficacísimamente, obtiene cuanto pide, y no puede no ser escuchada.

A este propósito, otro Predecesor Nuestro, de feliz memoria, León XIII, declaró que a la Bienaventurada Virgen María le ha sido concedido un poder casi inmenso en la distribución de las gracias; y San Pío X añade que María cumple este oficio suyo como por derecho materno.
Gloríense, por lo tanto, todos los cristianos de estar sometidos al imperio de la Virgen Madre de Dios, la cual, a la par que goza de regio poder, arde en amor maternal.

5. Doble error que ha de evitarse

15. Prevencióncontra exageraciones y la estrechez en la exposoción de esta verdad.

Mas, en estas y en otras cuestiones tocantes a la Bienaventurada Virgen, tanto los Teólogos como los predicadores de la divina palabra tengan buen cuidado de evitar ciertas desviaciones, para no caer en un doble error; esto es, guárdense de las opiniones faltas de fundamento y que con expresiones exageradas sobrepasan los límites de la verdad; mas, de otra parte, eviten también cierta excesiva estrechez de mente al considerar esta singular, sublime y -más aún- casi divina dignidad de la Madre de Dios, que el Doctor Angélico nos enseña que se ha de ponderar en razón del bien infinito, que es Dios.

Por lo demás, en este como en otros puntos de la doctrina católica, la "norma próxima y universal de la verdad" es para todos el Magisterio, vivo, que Cristo ha constituido "también para declarar lo que en el depósito de la fe no se contiene sino oscura y como implícitamente".

IV
La fiesta de María Reina y consagración de Pío XII

16. Resumen y decreto de institución y consagración al Inmaculado Corazón de María.

De los monumentos de la antigüedad cristiana, de las plegarias de la liturgia, de la innata devoción del pueblo cristiano, de las obras de arte, de todas partes hemos recogido expresiones y acentos, según los cuales la Virgen Madre de Dios sobresale por su dignidad real; y también hemos mostrado cómo las razones, que la Sagrada Teología ha deducido del tesoro de la fe divina, confirman plenamente esta verdad. De tantos testimonios reunidos se entreforma un concierto, cuyos ecos resuenan en la máxima amplitud, para celebrar la alta excelencia de la dignidad real de la Madre de Dios y de los hombres, que ha sido exaltada a los reinos celestiales, por encima de los coros angélicos.

Y ante Nuestra convicción, luego de maduras y ponderadas reflexiones, de que seguirán grandes ventajas para la Iglesia si esta verdad sólidamente demostrada resplandece más evidente ante todos, como lucerna más brillante en lo alto de su candelabro, con Nuestra Autoridad Apostólica decretamos e instituimos la fiesta de María Reina, que deberá celebrarse cada año en todo el mundo el día 31 de mayo. Y mandamos que en dicho día se renueve la consagración del género humano al Inmaculado Corazón de la bienaventurada Virgen María. En ello, de hecho, está colocada la gran esperanza de que pueda surgir una nueva era tranquilizada por la paz cristiana y por el triunfo de la religión.

Conclusión

1. Exhortación a la devoción mariana.

17. Sugerencias prácticas para la devoción mariana y sus frutos

Procuren, pues, todos acercarse ahora con mayor confianza que antes, todos cuantos recurren al trono de la gracia y de la misericordia de nuestra Reina y Madre, para pedir socorro en la adversidad, luz en las tinieblas, consuelo en el dolor y en el llanto, y, lo que más interesa, procuren liberarse de la esclavitud del pecado, a fin de poder presentar un homenaje insustituible, saturado de encendida devoción filial, al cetro real de tan grande Madre. Sean frecuentados sus templos por las multitudes de los fieles, para en ellos celebrar sus fiestas; en las manos de todos esté la corona del Rosario para reunir juntos, en iglesias, en casas, en hospitales, en cárceles, tanto los grupos pequeños como las grandes asociaciones de fieles, a fin de celebrar sus glorias. En sumo honor sea el nombre de María más dulce que el néctar, más precioso que toda joya; nadie ose pronunciar impías blasfemias, señal de corrompido ánimo, contra este nombre, adornado con tanta majestad y venerable por la gracia maternal; ni siquiera se ose faltar en modo alguno de respeto al mismo.

Se empeñen todos en imitar, con vigilante y diligente cuidado, en sus propias costumbres y en su propia alma, las grandes virtudes de la Reina del Cielo y nuestra Madre amantísima. Consecuencia de ello será que los cristianos, al venerar e imitar a tan gran Reina y Madre, se sientan finalmente hermanos, y, huyendo de los odios y de los desenfrenados deseos de riquezas, promuevan el amor social, respeten los derechos de los pobres y amen la paz. Que nadie, por lo tanto, se juzgue hijo de María, digno de ser acogido bajo su poderosísima tutela si no se mostrare, siguiendo el ejemplo de ella, dulce, casto y justo, contribuyendo con amor a la verdadera fraternidad, no dañando ni perjudicando, sino ayudando y consolando.

2. La Iglesia del silencio.

18. Protección de María en las persecuciones.

En muchos países de la tierra hay personas injustamente perseguidas a causa de su profesión cristiana y privadas de los derechos humanos y divinos de la libertad: para alejar estos males de nada sirven hasta ahora las justificadas peticiones ni las repetidas protestas. A estos hijos inocentes y afligidos vuelva sus ojos de misericordia, que con su luz llevan la serenidad, alejando tormentas y tempestades, la poderosa Señora de las cosas y de los tiempos, que sabe aplacar las violencias con su planta virginal; y que también les conceda el que pronto puedan gozar la debida libertad para la práctica de sus deberes religiosos, de tal suerte que, sirviendo a la causa del Evangelio con trabajo concorde, con egregias virtudes, que brillan ejemplares en medio de las asperezas, contribuyan también a la solidez y a la prosperidad de la patria terrenal.

3. María reina y medianera de paz.

19. Para conservar la paz.

Pensamos también que la fiesta instituida por esta Carta encíclica, para que todos más claramente reconozcan y con mayor cuidado honren el clemente y maternal imperio de la Madre de Dios, pueda muy bien contribuir a que se conserve, se consolide y se haga perenne la paz de los pueblos, amenazada casi cada día por acontecimientos llenos de ansiedad. ¿Acaso no es Ella el arco iris puesto por Dios sobre las nubes, cual signo de pacífica alianza?. Mira al arco, y bendice a quien lo ha hecho; es muy bello en su resplandor; abraza el cielo con su cerco radiante y las Manos del Excelso lo han extendido. Por lo tanto, todo el que honra a la Señora de los celestiales y de los mortales -y que nadie se crea libre de este tributo de reconocimiento y de amor- la invoque como Reina muy presente, mediadora de la paz; respete y defienda la paz, que no es la injusticia inmune ni la licencia desenfrenada, sino que, por lo contrario, es la concordia bien ordenada bajo el signo y el mandato de la voluntad de Dios: a fomentar y aumentar concordia tal impulsan las maternales exhortaciones y los mandatos de María Virgen.

20. Deseos finales y bendición apostólica.

Deseando muy de veras que la Reina y Madre del pueblo cristiano acoja estos Nuestros deseos y que con su paz alegre a los pueblos sacudidos por el odio, y que a todos nosotros nos muestre, después de este destierro, a Jesús que será para siempre nuestra paz y nuestra alegría, a Vosotros, Venerables Hermanos, y a vuestros fieles, impartimos de corazón la Bendición Apostólica, como auspicio de la ayuda de Dios omnipotente y en testimonio de Nuestro amor.

Dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta de la Maternidad de la Virgen María, el día 11 de octubre de 1954, decimosexto de Nuestro Pontificado.
PIO XII

EL MUNDO

La palabra que define es propia de los hombres definidos. La claridad en la expresión, la claridad lograda y el correcto uso de los vocablos y los términos –evitando en lo posible la equivocidad– son signos que hablan de una voluntad fuerte, honesta, leal. De ahí que se haya dicho que la lógica es la ética de la inteligencia. Por eso es que, salvando la ignorancia, un razonamiento equivocado es un razonamiento inmoral. El logos y la ética van muy unidas en el hombre. La palabra que define es propia del hombre definido, con convicciones, que ama, pelea y combate.

La palabra que no define y el discurso que deliberadamente elige los vocablos más elásticos y polisémicos, son, por el contrario, la palabra propia de los hombres sin definiciones. Incapaces del sí, incapaces del no. Paradójicamente, no hay nadie como ellos que conozca lo que valen las palabras; no hay nadie como ellos que perciba el compromiso que conlleva el pronunciarlas, el costo que implica el decirlas.

Pero como su voluntad está en el mal, precisamente porque no quieren definir, porque quieren eludir el sacrificio y el esfuerzo que toda postura definida conlleva, estos hombres omiten culposamente el uso de la palabra concisa, clara y precisa, sustituyéndola por otra que sea lo suficientemente elástica para admitir diferentes interpretaciones. Así, el auditorio en un primer momento queda desconcertado; pero luego se inclina a interpretar el discurso en el sentido que le parezca verdadero.

Pero el problema está en que ese sentido no es necesariamente el sentido en que el hombre ha querido decir las cosas. No obstante, al “definir” equívocamente –lo cual equivale a no definir–, este hombre ha cometido una injusticia: se ha refugiado en la equivocidad para dejar contentos a la mayor parte de la gente. Si es un profesor, un maestro, una autoridad o un sacerdote, su culpabilidad aumenta pues –teniendo el deber de enseñar, de juzgar la verdad y el error en las cosas, condenado el segundo y ensalzando el primero– ante la presencia de la falsedad, omite definir. Elude definir. Peca por omisión a su deber de ser LUZ.

El hombre definido, por el contrario, dirá la verdad, oportuna e inoportunamente, sin menguarla ni hacerle descuentos, y sin pretender cuidar su propia fama de las opiniones del mundo. He ahí uno de los signos del testimonio verdadero. Por eso, citamos estas excelentes líneas de Ernest Hello. Ante tanto discurso alogal, ante tantas verdades a medias, tantas verdades dichas con timidez y mezquindad, teniendo que padecer numerosas claudicaciones y omisiones, el verbo ardiente y definido de Hello es una enorme bocanada de aire fresco. Brillante.

EL MUNDO

Por Ernest Hello

I

¿Qué es el mundo? Esta palabra odiosa, parece no significar nada absolutamente, y, sin embargo, es odiosa.

En apariencia, de poco nos servirá la etimología. Mundus, en latín, significa puro; el mundo es la impureza misma, su equivalente en griego, significa a la vez orden y mundo.

El sentido actual de la frase “hombre de mundo”, no tiene conexión, al menos en apariencia, con mundus ni con Kosmos.

Si volvemos a la etimología, será por un rodeo.

El mundo, ¿es el pecado? Evidentemente, no. Hay entre ambos una diferencia enorme. El mundo está en pecado, sin duda, pero éste siempre está situado en una región especial; tiene sus dominios propios en el mal, y esos dominios son los que hubieran de determinarse, o cuando menos, indicarse.

Un asesino es un pecador; un salteador de caminos es un pecador. Santa María Egipciaca, antes de su conversión, era una pecadora.

Estos son pecadores; no son gente de mundo.

II

Hay muchas frases terribles en el Evangelio, y entre ellas, he ahí una de las más terribles: Nom pro mundo rogo.

No ruego por el mundo [1]. Quien así habla conoce el fondo de las cosas y va a morir por los pecadores. No ruega por el mundo, San Juan nos lo cuenta; en aquella misma cena durante la cual durmió sobre el pecho de Jesucristo, en aquel momento solemne en el cual los brazos de Dios iban a abrirse sobre la cruz, en aquella cena, en aquel momento fue cuando San Juan oyó decir a la Verdad: “No ruego por el mundo”. Ya sabéis lo que está escrito en otra parte a propósito de los tibios. Sin entrar en las profundidades de estas palabras, mirando el mundo tal como se le ve, quisiera saber aproximadamente de qué se habla cuando de él se habla.

El pecado es el desorden, el desorden evidente, confesado, violento, desastroso. Las pasiones hacen ruinas, y no las ocultan. Algunas veces hasta se glorían de ello. Pero, una vez más, digo: ¿qué es el mundo?

¿Sería el mundo el dominio del pecado entibiado por la prudencia?

¿Sería el mundo el dominio del pecado, circunscrito por la tibieza de la temperatura?

El mundo se extiende tan lejos como la tibieza del aire. De allí donde el aire es caliente o frío, el mundo se va escandalizado.

Y así como se hace a sí mismo, en el fondo del desorden, un orden aparente que está unido con su tibieza –y en el fondo de su impureza, una pureza aparente que está unida asimismo con su tibieza– quizás encuentre, a sus propios ojos, la significación etimológica del mundus y del Kosmos, que han menester de la ironía para que en ellos se reconozca al mundo, el infame por excelencia, aquél que se llama mundo.

III

Las barreras de la tibieza separan el mundo de los pecados que no son suyos.

En la categoría de las temperaturas, la tibieza corresponde a la medianía. Ahora bien, la medianía es el espacio del mundo. El pecador tiene malas pasiones, pero el mundo tiene la afición del mal, la afición, no el entusiasmo.

El mundo tiene gustos y opiniones; no tiene amor ni odio.

Sus gustos están en las cosas intermedias. Hay en sus opiniones el temor de ser absolutas, y por ahí el de que parezcan convicciones. Tienen de particular la circunstancia de que no excluyen las opiniones contrarias; digo las opiniones, no las convicciones. Las opiniones de mundo pactan de buena gana con las demás opiniones de su especie. Contradíganse o no entre sí dichas opiniones, no deja de hallarse bien juntas; pues salgo las une: un odio tibio y profundo contra el común enemigo, esto es, contra la Verdad.

Las opiniones del mundo, aún cuando luchan entre sí dos de ellas, están coaligadas contra la verdad. Esta coalición es la parodia de la unión.

En el Panteón romano, recibíase a todos los dioses, excepto a Jesucristo. En el Panteón del mundo recíbense todas las opiniones; tan sólo la Verdad es despedida.

IV

El mundo se aparece a una hostería donde encuentran sitio los viandantes. Si un error pasa por fuera y quiere entrar, todos los comensales se estrechan y le hacen sitio en el banquete. Pero si la Verdad llama a la puerta, todos los puestos están ocupados y a ciertos viajeros, cuidadosamente escogidos, se les expulsa: Quia non erat eis locus in diversorio.

El mundo, tan limitado y tan ciego, tiene, sin embargo, un instinto maravilloso cuando se trata de reconocer y de expulsar. No se engaña, tiene certera puntería; se hace justicia, destiérrase. Se destierra queriendo desterrarse: pues el extraño que se va se lleva consigo la ciudad habitable.

El mundo se destierra al desierto. ¿Qué importa que ese destierro se llame acá la muchedumbre? No por ello deja de ser el desierto, es decir, el vacío, esto es, la muerte.

El desierto, el vacío y la muerte, tal era Roma cuando Juan se hallaba en Pathmos. Pathmos era la vida. Pathmos era la ciudad. He ahí por qué San Dionisio admiraba la justicia del mundo que huía –dijo– del rostro de San Juan.

El mundo es un desierto por el cual va y viene la muchedumbre muy apresurada: diríase que es un ejército en derrota. ¿Qué hace ese ejército? Todavía viene de Pathmos prosigue jadeante en su fuga, huye del rostro de San Juan. Huye en confuso desorden; los fugitivos vuélvense unos contra otros, y, en su extravío, degüéllanse mutuamente, pues combaten en la noche. Pero su terror les ciega: huyen del rostro de San Juan.

Aquél ejército en derrota yerra el camino; se extravía en el desierto, anda engañado por sueños y engañado por espejismos. Corre impelido en todas las direcciones, va a merced de los vientos que le arrojan la arena a los ojos, y sin embargo, le impulsa una idea fija; huye del rostro de San Juan. Disfraza su tumulto con una apariencia de actividad; pero huir del rostro de San Juan es su principal tarea. Todo el resto es tan sólo un detalle.

Ved esas gentes: van, vienen, venden, compran, hablan, se agitan discuten, se saludan, pues son finos, son corteses; mienten, charlan, adulan, denigran, separan, degüellan, destruyen, emponzoñan. Pero huir del rostro de San Juan es su principal tarea. Huir del rostro de San Juan, tal es su trabajo íntimo, su vida interior, la médula de sus huesos, la esencia que produce todos sus perfumes, el resto es un detalle, un adorno, una vestimenta que varía siguiendo la moda del día o el capricho del personaje.

V

El pecado anda menos disfrazado que el mundo. Muestra mejor lo que es y lo que hace. El mundo miente de continuo. Nunca hace lo que aparenta.

El mundo es aficionado a remedar. Es el simio de la sabiduría; ha fabricado una sabiduría para su uso propio; dicha sabiduría se parece a la sabiduría como el orangután se parece al hombre.

La verdadera sabiduría encuentra la paz en la altura, porque domina las contradicciones. La sabiduría del mundo encuentra una paz que, en el hoyo en que ha caído, se parece al mundo, porque desde ese hoyo ya no percibe las diferencias entre lo blanco y lo negro.

La verdadera sabiduría tiende a unir. La sabiduría del mundo tiende a amalgamar elementos que no pueden unirse, y, cuando ve que los tiene yuxtapuestos, cree que los ha fundido. Desde el punto en que dos elementos coexisten, el mundo imagina que están unidos.

El hombre de mundo no teme hacer daño. Pero teme chocar. No conoce las armonías, pero sí las conveniencias.

La conveniencia es lo que en el mundo substituye la armonía.

El mundo apetece el odio; pero es menester que ese odio, entibiado por la temperatura de los salones, evite ciertos estallidos. Es menester que llame en su auxilio ciertos engaños. Cuando dichos engaños llegan en su auxilio, puede presentarse en el mundo con el aplomo de una persona ataviada.

Cuando el odio se ha puesto su atavío, se halla en el orden del mundo, está en regla, puede entrar.

La ley del mundo tal vez sea la insignificancia. Si un hombre vivo se encuentra por accidente en el mundo, es menester que se haga insignificante, aún más insignificante que los demás, para no resultar sospechoso. Con tal de que borre toda verdad y toda luz, puede ser soportado un momento. Pero, como nunca se hace traición durante mucho tiempo a la esencia de las cosas, llegará un instante en que el mundo, en su perspicacia, se desvíe, y en su justicia, se separe.

La insignificancia es tan cara al mundo y tan necesaria a las vías de éste, que aún el mismo mal, con serle naturalmente simpático, llega a hacérsele antipático, si, mezclado con un principio de bien, si, en virtud de esa mezcla, hace brillar el círculo que la muerte traza alrededor del mundo. Si el mal, alterado por un movimiento generoso, se deja llevar y hace explosión, todavía permanece alguna vez en el dominio del pecado; más no se queda ya en el dominio del mundo.

El mundo apetece el mal, pero le gusta almibarado, con afeites, peinado, vestido con arreglo a las costumbres; gústale el pecado, pero le gusta elegante, galano, con perifollos.

En los dominios del pecado, se miente por interés, por pasión, por vergüenza, por miedo. En los dominios del mundo, se miente sin interés, sin pasión, sin vergüenza y sin miedo. Se miente porque se es del mundo, se miente por amor propio, se miente como se respira, porque la mentira en ese país es idéntica a la palabra.

¿Qué se diría en el mundo, si no se mintiese?

Puede el pecador decir la verdad después de haber mentido.

Pero el mundo, cuando ha mentido, continúa mintiendo; y, si dice la verdad, miente todavía. La verdad llega a ser mentira saliendo de sus labios. Cuando el mundo dice la verdad, cree expresar una opinión como cualquier otra; quiere que esa verdad esté rodeada de mentiras y viva en buena inteligencia con ellas. Quiere que vecindades infames la deshonren; y cuando la ha manchado de tal modo que ya ni él mismo la reconoce, entonces la tolera, porque ha llegado a ser mentira; y aquella mentira es preciosa, pues cubre las restantes, las autoriza, las toma bajo su salvaguardia, les quita lo que tendrían de demasiado violento, de demasiado crudo, de demasiado limpio. Esa verdad convertida en mentira por el tono, por el acento, por lo que la rodea, por el contexto, acaba de confundir el bien y el mal, y las gentes del mundo están contentas.

En los momentos en que el hombre de mundo dice la verdad, toma un tono protector para con ella. Diríase que consiente en no mentir de continuo, y que consiente por imparcialidad; diríase que, por compasión, quiere permitir a la verdad que se encuentre un instante en sus labios. Le concede este honor, y se lo hace pagar desde luego volviéndola igual a la mentira que se apresura a recobrar sus derechos, y que vuelve a entrar en posesión de lo suyo.

La apariencia de imparcialidad es uno de los lazos más horrorosos que la tibieza tiende a los que hace juguetes de su engaño, y al mundo le gusta mucho tender ese lazo. Toma aires de justicia ¡el miserable! Nada engaña con una fuerza y una autoridad tan temibles como la verdad mal dicha. Esta da a los errores que la rodean un peso que dichos errores no tendrían por sí mismos. La mezcla de la verdad y el error produce, en boca del mundo, efectos desastrosos. Da a la verdad apariencia de error y al error apariencia de verdad. Hace participar a aquél del respeto que a aquélla se debe.

Cuando la verdad aparece en labios del hombre de mundo, hállase entrelazada con el error, y ambos andan también entrelazados que ya él mismo no los distingue. Abrázanse, y aquéllos que tienen baja la mirada los toman por dos hermanos.

VI

El mundo es la vejez; difícil es imaginar cuán viejas son las gentes del mundo. Los jóvenes sobre todo son notables por su decrepitud, porque es en ellos más monstruosa, y por ahí más ostensible. Todos aquellos viejos de veinte años sin entusiasmo ni deseo alguno, que huyen del rostro de San Juan, húyele torpe, lenta, triste y deplorablemente. Se arrastran, por huirle, en un camino donde no se respira, sin vista, sin montañas, sin aire y sin horizonte. Se condena, no a la dulzura, sino a la desesperación. Por huir del rostro de San Juan, vuelven a Dios la espalda, hacen sus tareas sin adorar, y se hastían para siempre.

Hay, sin duda, un secreto para rejuvenecerse, y ese secreto pertenece a Dios que regocija a la juventud. Dios es el dueño del tiempo, y el tiempo párase cuando Él habla, como se quedan petrificados los bueyes cuando ruge el trueno. Dios, que tiene poder sobre el fuego, es el guardián de la juventud. La Santa Virgen, la muy amada de Dios, no conoció que su juventud se menguase. Salió de la infancia, pero no de la juventud. La juventud semeja un depósito que a Dios tan sólo pudiera confiarse, por no haber mano alguna con fuerza bastante para sostenerlo. Así, los enemigos de Dios detestan la juventud, como si en ella viesen un reflejo de Aquél a quien odian. Detestan la juventud, y en vez de retenerla, por virtud del Eterno, en la hora en que el tiempo se la lleve, suplican al tiempo que acelera el paso y se la lleve prematuramente. El mundo detesta la juventud, la verdadera juventud. Gústale parecer viejo y serlo. El mundo envejece a los niños.

VII

No creáis que el espíritu del mundo se limite a los salones y a los lugares donde se le cree generalmente aceptado e incluido. Los salones, si son vivos, pueden estar vacíos del mundo y llenos de la verdad, mientras que el mundo puede llenar y llenar frecuentemente de su infamia superabundante las casas aisladas, desiertas, inhospitalarias, los hogares sin calor donde no se ama al extranjero, las terribles moradas que niegan a la humanidad la comunión y el amor.

En una playa bretona donde se reúnen algunos bañistas en verano, y no hay nadie en invierno (algunas raras familias de pescadores habitan aquel desierto, donde hasta el alimento es asimismo raro y difícil); en aquella playa, hablaba yo cierto día con una campesina, y revelóme ésta sus deseos de abandonar el mundo. Admiré la profanidad de aquella frase y el conocimiento que dicha mujer tenía del mundo, en el verdadero sentido de esta palabra. Quizás podía ser el mundo, en su cabaña, tanto más horrible en cuanto estaba más próximo del mar inmenso. Tal vez el murmullo de los hombres se le había hecho más insípido todavía contrastado con el ruido solemne de las olas.

VIII

La ley del mundo es borrar. Este, que no tiene amor a nada, ama el nivel. Quiere hacer pasar todas las cabezas bajo su yugo, y logra sus simpatías aquello que es naturalmente bajo. Su odio es la grandeza, cualesquiera que sean el género y el sitio en que ésta se manifieste. La mediocridad es su atractivo. El mundo le abre espontáneamente las puertas cuyas llaves posee y ella entra con el aplomo que da el sentimiento del derecho. En el mundo, está en su casa, y frente a freten de los demás; obra con la insolencia propia de ella y con la ceguera en aquél característica. La mediocridad es insolente de un modo tan natural como es ciego el mundo. Si algo ocurre junto a ellos, la mediocridad insulta, y el mundo no mira.

La afición del mundo a borrar es tan pronunciada, que para agradarle, no es necesario ir muy lejos, ni aún en su dirección misma. No hay que hacer en demasía lo que él hace. No hay que aventajarle demasiado, no hay que exceder sus hábitos, ni aún en beneficio suyo. La tibieza es su elemento, y quienquiera que salga de esa región incurrirá en su desgracia. No hay que tener por sus intereses más celo que él mismo. Ello tomaría aspecto de algo, y es menester que no se tome aspecto de nada. Quien tal hiciera, distinguiríase de su vecino, y hay que parecérsele.

Siendo el carácter de los hombres de mundo no tener carácter, la multiplicidad es el dominio de ellos. Hacen mil cosas: venden, compran, platican, leen, escriben, etc., etc. ¿Cuál es el vínculo que une entre sí las acciones de un hombre de mundo? Diríase que no le hay; sus actos se suceden y nunca se encadenan. ¿Cuál es el lazo que une a los hombres de mundo? Dijerase que tampoco existe. Se aproximan y jamás se tocan. En realidad, no obstante hay un punto de contacto, hay una contraseña. La unidad, decimos, tiene una parodia, que es la coalición. Los hombres de mundo no son amigos; pero están coaligados. La unidad vive de amor. La coalición vive de odio. Los coaligado son enemigos privados que se unen contra el enemigo público. Los hombres de mundo tienen un odio común que les da una común ocupación, que determina el punto central de su actividad.

El mundo tenía mil quehaceres cuando el águila escribía en Pathmos su Apocalipsis. Sin embargo, a pesar de sus mil quehaceres, una sola era la tarea del mudo, la de evitar y echar a Pathmos en olvido. Los hombres de mundo tienen mil quehaceres; pero no tienen más que una tarea, pues sólo un odio y un terror abrigan: huyen del rostro de San Juan.

Ernest Hello, “El hombre. La vida – La ciencia – El arte”.

Libro Pimero: La Vida. El mundo. Págs. 106-114

 

Santa Juana de Arco, virgen

(1412-1431) Patrona de Francia y Doncella de Orleáns

El famoso óleo del pintor Auguste Dominique Ingres (1780 – 1867), que representa a Santa Juana de Arco en la catedral de Reims durante la coronación del Delfín, Carlos VII, como rey de Francia.

*

Cántico de santa Teresa de Lisieux

“para obtener la beatificación de la Venerable Juana de Arco”

(8 de mayo de 1894) – Compuesto para sí misma.

1 Dios vencedor, tu Iglesia, toda entera,

rendir pronto quisiera honor en los altares

a una virgen y mártir, a una niña guerrera,

cuyo nombre resuena ya en el cielo.

Estrib. 1 Por tu poder,

¡oh Rey del cielo!,

dale a Juana de Francia }

aureola y altar. } bis

*

2 Para salvar a Francia, a la Francia culpable,

no desea tu Iglesia ningún conquistador.

A Francia solamente Juana puede salvarla:

¡todos los héroes juntos pesan menos que un mártir!

*

3 Juana es obra maestra de tus manos, Señor.

Un corazón de fuego y un alma de guerrero

diste a la virgen tímida,

coronando su frente de lirio y de laurel.

*

4 En su humilde pradera oyó voces del cielo

que a los campos de lucha la llamaban.

Partió rápidamente para salvar la patria,

y, tierna jovencita, a soldados mandó.

*

5 De los fieros guerreros Juana ganó las almas:

el resplandor divino de este ángel de los cielos

y su mirada pura y su palabra en llamas

hicieron que las frentes atrevidas

al suelo se inclinaran.

6 Por un prodigio,entonces, que es único en la historia,

un monarca cobarde y tembloroso

reconquistó su gloria y su corona

valiéndose del brazo de una débil doncella.

*

7 Mas no son éstas las victorias grandes

que de Juana hoy queremos celebrar;

la verdaderas glorias que en ella celebramos

son y serán por siempre, ¡oh Dios!,

sus virtudes, su amor.

*

8 Salvó a Francia en los campos de batalla,

mas su grandes virtudes

necesitaban el divino sello

del sufrimiento amargo,

que fue el sello bendito de su Esposo, Jesús.

*

9 Sobre la pira en llamas sacrificó su vida,

y en aquel mismo instante

ella escuchó las voces de los santos,

abandonó el destierro por la Patria,

el ángel salvador se remontó a los cielos…

*

10 Tú eres, pura doncella, nuestra dulce esperanza,

escucha nuestras voces, ven de nuevo a nosotros.

Baja y convierte a Francia,

y por segunda vez ven a salvarla.

Estrib. 2 Por el poder

del Dios de las victorias,

¡salva, salva a tu Francia, }

ángel libertador! } bis

11 Hija de Dios, bellos fueron tus pasos,

arrojando al inglés de tu nación.

Mas no eches en olvido

que en los días primeros de tu infancia

te dedicabas a cuidar corderos.

Estrib. 3 Sé tú la defensora

de los que nada pueden,

conserva la inocencia }

en las cándidas almas }

de los niños. } bis

12 Tuyos, ¡oh dulce mártir!, son nuestros monasterios,

tú sabes que las vírgenes hermanas tuyas son;

y sabes que el objeto de sus ruegos

es, como fue el objeto de los tuyos,

ver que en todas las almas reina Dios.

Estrib. 4 Salvar las almas

es su deseo,

de apóstol mártir }

dales tu llama. } bis

*

13 Muy lejos de nosotros huirán temor y miedo

cuando la Iglesia ensalce la figura

de Juana, nuestra Santa,

coronando su frente, limpia y pura.

Entonces cantaremos:

Estrib. 5 En ti tenemos puesta

toda nuestra esperanza.

¡Oh, ruega por nosotros, }

santa Juana de Francia! } bis

*****

Juana de Arco besa la espada de la liberación. Óleo de 1863 del pintor Dante Gabriel Rossetti (1828 -1882). Juana de Arco fue beatificada por el Papa San Pío X en 1909 y Benedicto XV la canonizó en 1920.

SANTA TERESA DE JESUS

Se cree que la palabra "Teresa" viene de la palabra griega "teriso" que se traduce por "cultivar"; cultivadora. O de la palabra "terao" que significa "cazar", "la cazadora". Como bien dice el Padre Sálesman en su biografía, ambos títulos le quedan bien a Santa Teresa, por ser ella "Cultivadora" de las virtudes y "cazadora" de almas para llevarlas al cielo.
Sus padres eran Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada. La santa habla de ellos con gran cariño. Alonso Sánchez tuvo tres hijos de su primer matrimonio, y Beatriz de Ahumada le dio otros nueve. Al referirse a sus hermanos y medios hermanos, Santa Teresa escribe: "por la gracia de Dios, todos se asemejan en la virtud a mis padres, excepto yo".
Teresa nació en la ciudad castellana de Ávila, el 28 de marzo de 1515. A los siete años, tenía ya gran predilección por la lectura de las vidas de santos. Su hermano Rodrigo era casi de su misma edad de suerte que acostumbraban jugar juntos. Los dos niños, eran muy impresionados por el pensamiento de la eternidad, admiraban las victorias de los santos al conquistar la gloria eterna y repetían incansablemente: "Gozarán de Dios para siempre, para siempre, para siempre . . ."
Busca el martirio
Teresa y su hermano consideraban que los mártires habían comprado la gloria a un precio muy
bajo y resolvieron partir al país de los moros con la esperanza de morir por la fe. Así pues, partieron de su casa a escondidas, rogando a Dios que les permitiese dar la vida por Cristo; pero en Adaja se toparon con uno de sus tíos, quien los devolvió a los brazos de su afligida madre. Cuando ésta los reprendió, Rodrigo echó la culpa a su hermana.
En vista del fracaso de sus proyectos, Teresa y Rodrigo decidieron vivir como ermitaños en su propia casa y empezaron a construir una celda en el jardín, aunque nunca llegaron a terminarla. Teresa amaba desde entonces la soledad. En su habitación tenía un cuadro que representaba al Salvador que hablaba con la Samaritana y solía repetir frente a esa imagen: "Señor, dame de beber para que no vuelva a tener sed".
Toma a la Virgen como Madre
La madre de Teresa murió cuando ésta tenía catorce años. "En cuanto empecé a caer en la cuenta de la pérdida que había sufrido, comencé a entristecerme sobremanera; entonces me dirigí a una imagen de Nuestra Señora y le rogué con muchas lágrimas que me tomase por hija suya".
El peligro de la mala lectura y las modas
Por aquella época, Teresa y Rodrigo empezaron a leer novelas de caballerías y aun trataron de escribir una. La santa confiesa en su "Autobiografía": "Esos libros no dejaron de enfriar mis buenos deseos y me hicieron caer insensiblemente en otras faltas. Las novelas de caballerías me gustaban tanto, que no estaba yo contenta cuando no tenía una entre las manos. Poco a poco empecé a interesarme por la moda, a tomar gusto en vestirme bien, a preocuparme mucho del cuidado de mis manos, a usar perfumes y a emplear todas las vanidades que el mundo aconsejaba a las personas de mi condición". El cambio que paulatinamente se operaba en Teresa, no dejó de preocupar a su padre, quien la envió, a los quince años de edad a educarse en el convento de las agustinas de Avila, en el que solían estudiar las jóvenes de su clase.
Enfermedad y conversión
Un año y medio más tarde, Teresa cayó enferma, y su padre la llevó a casa. La joven empezó a reflexionar seriamente sobre la vida religiosa que le atraía y le repugnaba a la vez. La obra que le permitió llegar a una decisión fue la colección de "Cartas" de San Jerónimo, cuyo fervoroso realismo encontró eco en el alma de Teresa. La joven dijo a su padre que quería hacerse religiosa, pero éste le respondió que tendría que esperar a que él muriese para ingresar en el convento. La santa, temiendo flaquear en su propósito, fue a ocultas a visitar a su amiga íntima, Juana Suárez, que era religiosa en el convento carmelita de la Encarnación, en Avila, con la intención de no volver, si Juana le dejaba quedarse, a pesar de la pena que le causaba contrariar la voluntad de su padre. "Recuerdo . . . que, al abandonar mi casa, pensaba que la tortura de la agonía y de la muerte no podía ser peor a la que experimentaba yo en aquel momento . . . El amor de Dios no era suficiente para ahogar en mí el amor que profesaba a mi padre y a mis amigos".
La santa determinó quedarse en el convento de la Encarnación. Tenía entonces veinte años. Su padre, al verla tan resuelta, cesó de oponerse a su vocación. Un año más tarde, Teresa hizo la profesión. Poco después, se agravó un mal que había comenzado a molestarla desde antes de profesar, y su padre la sacó del convento. La hermana Juana Suárez fue a hacer compañía a Teresa, quien se puso en manos de los médicos. Desgraciadamente, el tratamiento no hizo sino empeorar la enfermedad, probablemente una fiebre palúdica. Los médicos terminaron por darse por vencidos, y el estado de la enferma se agravó.
Teresa consiguió soportar aquella tribulación, gracias a que su tío Pedro, que era muy piadoso, le había regalado un librito del P. Francisco de Osuna, titulado: "El tercer alfabeto espiritual". Teresa siguió las instrucciones de la obrita y empezó a practicar la oración mental, aunque no hizo en ella muchos progresos por falta de un director espiritual experimentado. Finalmente, al cabo de tres años, Teresa recobró la salud.
Disipaciones, lucha con la oración y justificaciones
Su prudencia, amabilidad y caridad, a las que añadía un gran encanto personal, le ganaron la estima de todos los que la rodeaban. Según la reprobable costumbre de los conventos españoles de la época, las religiosas podían recibir a cuantos visitantes querían, y Teresa pasaba gran parte de su tiempo charlando en el recibidor del convento. Eso la llevó a descuidar la oración mental y el demonio contribuyó, al inculcarle la íntima convicción, bajo capa de humildad, de que su vida disipada la hacía indigna de conversar familiarmente con Dios. Además, la santa se decía para tranquilizarse, que no había ningún peligro de pecado en hacer lo mismo que tantas otras religiosas mejores que ella y justificaba su descuido de la oración mental, diciéndose que sus enfermedades le impedían meditar. Sin embargo, añade la santa, "el pretexto de mi debilidad corporal no era suficiente para justificar el abandono de un bien tan grande, en el que el amor y la costumbre son más importantes que las fuerzas. En medio de las peores enfermedades puede hacerse la mejor oración, y es un error pensar que sólo se puede orar en la soledad".
Poco después de la muerte de su padre, el confesor de Teresa le hizo ver el peligro en que se hallaba su alma y le aconsejó que volviese a la práctica de la oración. La santa no la abandonó jamás desde entonces. Sin embargo, no se decidía aún a entregarse totalmente a Dios ni a renunciar del todo a las horas que pasaba en el recibidor y al intercambio de regalillos. Es curioso notar que, en todos esos años de indecisión en el servicio de Dios, Santa Teresa no se cansaba jamás de oír sermones "por malos que fuesen"; pero el tiempo que empleaba en la oración "se le iba en desear que los minutos pasasen pronto y que la campana anunciase el fin de la meditación, en vez de reflexionar en las cosas santas".
La penitencia y la cruz
Convencida cada vez más de su indignidad, Teresa invocaba con frecuencia a los grandes santos penitentes, San Agustín y Santa María Magdalena, con quienes están asociados dos hechos que fueron decisivos en la vida de la santa. El primero, fue la lectura de las "Confesiones" de San Agustín. El segundo fue un llamamiento a la penitencia que la santa experimentó ante una imagen de la Pasión del Señor: "Sentí que Santa María Magdalena acudía en mi ayuda . . . y desde entonces he progresado mucho en la vida espiritual".
A la santa le atraían mas los Cristos ensangrentados y manifestando profunda agonía. En una ocasión, al detenerse ante un crucifijo muy sangrante le preguntó: "Señor, ¿quién te puso así?, y le pareció que una voz le decía: "Tus charlas en la sala de visitas, esas fueron las que me pusieron así, Teresa". Ella se echó a llorar y quedó terriblemente impresionada. Pero desde ese día ya no vuelve a perder tiempo en charlas inútiles y en amistades que no llevan a la santidad.
Visiones y comunicaciones
Una vez que Teresa se retiró de las conversaciones del recibidor y de otras ocasiones de disipación y de faltas (los santos son capaces de ver sus faltas), Dios empezó a favorecerla frecuentemente con la oración de quietud y de unión. La oración de unión ocupó un largo periodo de su vida, con el gozo y el amor que le son característicos, y Dios empezó a visitarla con visiones y comunicaciones interiores. Ello la inquietó, porque había oído hablar con frecuencia de ciertas mujeres a las que el demonio había engañado miserablemente con visiones imaginarias. Aunque estaba persuadida de que sus visiones procedían de Dios, su perplejidad la llevó a consultar el asunto con varias personas; desgraciadamente no todas esas personas guardaron el secreto al que estaban obligadas, y la noticia de las visiones de Teresa empezó a divulgarse para gran confusión suya.
Una de las personas a las que consultó Teresa fue Francisco de Salcedo, un hombre casado que era un modelo de virtud. Este la presentó al Padre Daza, doctor tenido por muy virtuoso, quien dictaminó que Teresa era víctima de los engaños del demonio, ya que era imposible que Dios concediese favores tan extraordinarios a una religiosa tan imperfecta como ella pretendía ser. Teresa quedó alarmada e insatisfecha. Francisco de Salcedo, a quien la propia santa afirma que debía su salvación, la animó en sus momentos de desaliento y le aconsejó que acudiese a uno de los padres de la recién fundada Compañía de Jesús. La santa hizo una confesión general con un jesuita, a quien expuso su manera de orar y los favores que había recibido. El jesuita le aseguró que se trataba de gracia de Dios, pero la exhortó a no descuidar el verdadero fundamento de la vida interior. Aunque el confesor de Teresa estaba convencido de que sus visiones procedían de Dios, le ordenó que tratase de resistir durante dos meses a esas gracias. La resistencia de la santa fue en vano.
Otro jesuita, el P. Baltasar Alvarez, le aconsejó que pidiese a Dios ayuda para hacer siempre lo que fuese más agradable a sus ojos y que, con ese fin, recitase diariamente el "Veni Creator Spiritus". Así lo hizo Teresa. Un día, precisamente cuando repetía el himno, fue arrebatada en éxtasis y oyó en el interior de su alma estas palabras: "No quiero que converses con los hombres sino con los ángeles".
…Ella dirá después: "El Espíritu Santo como fuerte huracán hace adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas fuerzas".
La santa, que tuvo en su vida posterior repetidas experiencias de palabras divinas afirma que son más claras y distintas que las humanas; dice también que las primeras son operativas, ya que producen en el alma una tendencia a la virtud y la dejan llena de gozo y de paz, convencida de la verdad de lo que ha escuchado.
Persecuciones
En la época en que el P. Alvarez fue su director, Teresa sufrió graves persecuciones, que duraron tres años; además, durante dos años, atravesó por un periodo de intensa desolación espiritual, aliviado por momentos de luz y consuelo extraordinarios. La santa quería que los favores que Dios le concedía, permaneciesen secretos, pero las personas que la rodeaban estaban perfectamente al tanto y, en más de una ocasión, la acusaron de hipocresía y presunción.
El P. Alvarez era un hombre bueno y timorato, que no tuvo el valor suficiente para salir en defensa de su dirigida, aunque siguió confesándola. Lamentablemente, los mediocres siempre son la mayoría. Estos se molestan ante la auténtica santidad porque no saben como lidiar con las intervenciones sobrenaturales por claras que sean. Prefieren descartarlas o ignorarlas, asumiendo que son producto de la exageración o el desequilibrio. Para justificar su posición apelan a las verdaderas exageraciones y desequilibrios y agrupan lo auténtico con lo falso. En otras palabras, carecen de discernimiento espiritual.
En 1557, San Pedro de Alcántara pasó por Avila y, naturalmente, fue a visitar a la famosa carmelita. El santo declaró que le parecía evidente que el Espíritu de Dios guiaba a Teresa, pero predijo que las persecuciones y sufrimientos seguirían lloviendo sobre ella. Las pruebas que Dios le enviaba purificaron el alma de la santa, y los favores extraordinarios le enseñaron a ser humilde y fuerte, la despegaron de las cosas del mundo y la encendieron en el deseo de poseer a Dios.
Extasis
En algunos de sus éxtasis, de los que nos dejó la santa una descripción detallada, se elevaba hasta un metro. Después de una de aquellas visiones escribió la bella poesía que dice: "Tan alta vida espero que muero porque no muero".A este propósito, comenta Teresa: Dios "no parece contentarse con arrebatar el alma a Sí, sino que levanta también este cuerpo mortal, manchado con el barro asqueroso de nuestros pecados". En esos éxtasis se manifestaban la grandeza y bondad de Dios, el exceso de su amor y la dulzura de su servicio en forma sensible, y el alma de Teresa lo comprendía con claridad, aunque era incapaz de expresarlo. El deseo del cielo que dejaban las visiones en su alma era inefable. "Desde entonces, dejé de tener miedo a la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho". Las experiencias místicas de la santa llegaron a las alturas de los esponsales espirituales, el matrimonio místico y la transverberación.
Santa Teresa nos dejó el siguiente relato sobre el fenómeno de la transverberación: "Vi a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se trata de visiones intelectuales, como las que he referido más arriba . . . El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines . . . Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella.
El anhelo de Teresa de morir pronto para unirse con Dios, estaba templado por el deseo que la inflamaba de sufrir por su amor. A este propósito escribió: "La única razón que encuentro para vivir, es sufrir y eso es lo único que pido para mí". Según reveló la autopsia en el cadáver de la santa, había en su corazón la cicatriz de una herida larga y profunda.
El año siguiente (1560), para corresponder a esa gracia, la santa hizo el voto de hacer siempre lo que le pareciese más perfecto y agradable a Dios. Un voto de esa naturaleza está tan por encima de las fuerzas naturales, que sólo el esforzarse por cumplirlo puede justificarlo. Santa Teresa cumplió perfectamente su voto.
Escritora Mística
El relato que la santa nos dejó en su "Autobiografía" sobre sus visiones y experiencias espirituales da muestra de una extraordinaria sencillez de estilo y de una preocupación constante por no exagerar los hechos. La Iglesia califica de "celestial" la doctrina de Santa Teresa, en la oración del día de su fiesta. Las obras de la mística Doctora" ponen al descubierto los rincones más recónditos del alma humana. La santa explica con una claridad casi increíble las experiencias más inefables. Y debe hacerse notar que Teresa era una mujer relativamente inculta, que escribió sus experiencias en la común lengua castellana de los habitantes de Avila, que ella había aprendido "en el regazo de su madre"; una mujer que escribió sin valerse de otros libros, sin haber estudiado previamente las obras místicas y sin tener ganas de escribir, porque ello le impedía dedicarse a hilar; una mujer, en fin, que sometió sin reservas sus escritos al juicio de su confesor y sobre todo, al juicio de la Iglesia. La santa empezó a escribir su autobiografía por mandato de su confesor" "La obediencia se prueba de diferentes maneras".
Por otra parte, el mejor comentario de las obras de la santa es la paciencia con que sobrellevó las enfermedades, las acusaciones y los desengaños; la confianza absoluta con que acudía en todas las tormentas y dificultades al Redentor crucificado y el invencible valor que demostró en todas las penas y persecuciones. Los escritos de Santa Teresa subrayan sobre todo el espíritu de oración, la manera de practicarlo y los frutos que produce. Como la santa escribió precisamente en la época en que estaba consagrada a la difícil tarea de fundar conventos de carmelitas reformadas, sus obras, prescindiendo de su naturaleza y contenido, dan testimonio de su vigor, industriosidad y capacidad de recogimiento.
Santa Teresa escribió el "Camino de Perfección" para dirigir a sus religiosas, y el libro de las "Fundaciones" para edificarlas y alentarlas. En cuanto al "Castillo Interior", puede considerarse que lo escribió para instrucción de todos los cristianos, y en esa obra se muestra la santa como verdadera doctora de la vida espiritual.
Fundadora
Las carmelitas, como la mayoría de las religiosas, habían decaído mucho del primer fervor, a principios del siglo XVI. Ya hemos visto que los recibidores de los conventos de Avila eran una especie de centro de reunión de las damas y caballeros de la ciudad. Por otra parte, las religiosas podían salir de la clausura con el menor pretexto, de suerte que el convento era el sitio ideal para quien deseaba una vida fácil y sin problemas. Las comunidades eran sumamente numerosas, lo cual era a la vez causa y efecto de la relajación. Por ejemplo, en el convento de Avila había 140 religiosas.
Santa Teresa comenta más tarde: "La experiencia me ha enseñado lo que es una casa llena de mujeres. ¡Dios nos guarde de ese mal" Ya que tal estado de cosas se aceptaba como normal, las religiosas no caían generalmente en la cuenta de que su modo de vida se apartaba mucho del espíritu de sus fundadores. Así, cuando una sobrina de Santa Teresa, que era también religiosa en el convento de la Encarnación de Avila, le sugirió la idea de fundar una comunidad reducida, la santa la consideró como una especie de revelación del cielo, no como una idea ordinaria. Teresa, que llevaba ya veinticinco años en el convento, resolvió poner en práctica la idea y fundar un convento reformado. Doña Guiomar de Ulloa, que era una viuda muy rica, le ofreció ayuda generosa para la empresa.
San Pedro de Alcántara, San Luis Beltrán y el obispo de Avila, aprobaron el proyecto, y el P. Gregorio Fernández, provincial de las carmelitas, autorizó a Teresa a ponerlo en práctica. Sin embargo, el revuelo que provocó la ejecución del proyecto hizo que el provincial retirase el permiso y Santa Teresa fue objeto de las críticas de sus propias hermanas, de los nobles, de los magistrados y de todo el pueblo. A pesar de eso, el P. Ibañez, dominico, alentó a la santa a proseguir la empresa con la ayuda de Doña Guiomar. Doña Juana de Ahumada, hermana de Santa Teresa, emprendió con su esposo la construcción de un convento en Avila en 1561, pero haciendo creer a todos que se trataba de una casa en la que pensaban habitar. En el curso de la construcción, una pared del futuro convento se derrumbó y cubrió bajo los escombros al pequeño Gonzalo, hijo de Doña Juana, que se hallaba ahí jugando. Santa Teresa tomó en brazos al niño, que no daba ya señales de vida, y se puso en oración; algunos minutos más tarde, el niño estaba perfectamente sano, según consta en el proceso de canonización. En lo sucesivo, Gonzalo solía repetir a su tía que estaba obligada a pedir por su salvación, puesto que a sus oraciones debía el verse privado del cielo.
Por entonces, llegó de Roma un breve que autorizaba la fundación del nuevo convento. San Pedro de Alcántara, Don Francisco de Salcedo y el Dr. Daza, consiguieron ganar al obispo a la causa, y la nueva casa se inauguró bajo sus auspicios el día de San Bartolomé de 1562. Durante la misa que se celebró en la capilla con tal ocasión, tomaron el velo la sobrina de la santa y otras tres novicias.
La inauguración causó gran revuelo en Avila. Esa misma tarde, la superiora del convento de la Encarnación mandó llamar a Teresa y la santa acudió con cierto temor, "pensando que iban a encarcelarme". Naturalmente tuvo que explicar su conducta a su superiora y al P. Angel de Salazar, provincial de la orden. Aunque la santa reconoce que no faltaba razón a sus superiores para estar disgustados, el P. Salazar le prometió que podría retornar al convento de San José en cuanto se calmase la excitación del pueblo.
La fundación no era bien vista en Avila, porque las gentes desconfiaban de las novedades y temían que un convento sin fondos suficientes se convirtiese en una carga demasiado pesada para la ciudad. El alcalde y los magistrados hubiesen acabado por mandar demoler el convento, si no los hubiese disuadido de ello el dominico Báñez. Por su parte, Santa Teresa no perdió la paz en medio de las persecuciones y siguió encomendando a Dios el asunto; el Señor se le apareció y la reconfortó.
Entre tanto, Francisco de Salcedo y otros partidarios de la fundación enviaron a la corte a un sacerdote para que defendiese la causa ante el rey, y los dos dominicos, Báñez e Ibáñez, calmaron al obispo y al provincial. Poco a poco fue desvaneciéndose la tempestad y, cuatro meses más tarde, el P. Salazar dio permiso a Santa Teresa de volver al convento de San José, con otras cuatro religiosas de la Encarnación.
Convento de San José
La santa estableció la más estricta clausura y el silencio casi perpetuo. El convento carecía de rentas y reinaba en él la mayor pobreza; Las religiosas vestían toscos hábitos, usaban sandalias en vez de zapatos (por ello se les llamó "descalzas") y estaban obligadas a la perpetua abstinencia de carne. Santa Teresa no admitió al principio más que a trece religiosas, pero más tarde, en los conventos que no vivían sólo de limosnas sino que poseían rentas, aceptó que hubiese veintiuna.
Teresa, la gran mística, no descuidaba las cosas prácticas sino que las atendía según era necesario. Sabía utilizar las cosas materiales para el servicio de Dios. En una ocasión dijo: "Teresa sin la gracia de Dios es una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y mucho dinero, una potencia".
Mas fundaciones
En 1567, el superior general de los carmelitas, Juan Bautista Rubio (Rossi), visitó el convento de Avila y quedó encantado de la superiora y de su sabio gobierno; concedió a Santa Teresa plenos poderes para fundar otros conventos del mismo tipo (a pesar de que el de San José había sido fundado sin que él lo supiese) y aun la autorizó a fundar dos conventos de frailes reformados ("carmelitas contemplativos"), en Castilla.
Santa Teresa pasó cinco años con sus trece religiosas en el convento de san José, precediendo a sus hijas no sólo en la oración, sino también en los trabajos humildes, como la limpieza de la casa y el hilado. Acerca de esa época escribió: "Creo que fueron los años más tranquilos y apacibles de mi vida, pues disfruté entonces de la paz que tanto había deseado mi alma . . . Su Divina Majestad nos enviaba lo necesario para vivir sin que tuviésemos necesidad de pedirlo, y en las raras ocasiones en que nos veíamos en necesidad, el gozo de nuestras almas era todavía mayor".
La santa no se contenta con generalidades, sino que desciende a ejemplos menudos, como el de la religiosa que plantó horizontalmente un pepino por obediencia y la cañería que llevó al convento el agua de un pozo que, según los plomeros, era demasiado bajo.
En agosto de 1567, Santa Teresa se trasladó a Medina del Campo, donde fundó el segundo convento, a pesar de las múltiples dificultades que surgieron. A petición de la condesa de la Cerda se fundo un convento en Malagón. Después siguieron los de Valladolid y Toledo. Esta última fue una empresa especialmente difícil porque la santa sólo tenía cinco ducados al comenzar; pero, según escribía, "Teresa y cinco ducados no son nada; pero Dios, Teresa y cinco ducados bastan y sobran".
Una joven de Toledo, que gozaba de gran fama de virtud, pidió ser admitida en el convento y dijo a la fundadora que traería consigo su Biblia. Teresa exclamó: "¿Vuestra Biblia? ¡Dios nos guarde! No entréis en nuestro convento, porque nosotras somos unas pobres mujeres que sólo sabemos hilar y hacer lo que se nos dice". No es que la santa rechazare la Biblia, sino que supo descubrir que esta se habría convertido en un pretexto para faltar en humildad.
La reforma de los religiosos carmelitas
La santa había encontrado en Medina del Campo a dos frailes carmelitas que estaban dispuestos a abrazar la reforma: uno era Antonio de Jesús de Heredia, superior del convento de dicha ciudad y el otro, Juan de Yepes, más conocido con el nombre de San Juan de la Cruz.
Aprovechando la primera oportunidad que se le ofreció, Santa Teresa fundó un convento de frailes en el pueblecito de Duruelo en 1568; a este siguió, en 1569, el convento de Pastrana. En ambos reinaba la mayor pobreza y austeridad. Santa Teresa dejó el resto de las fundaciones de conventos de frailes a cargo de San Juan de la Cruz.
Nuevas fundaciones, dificultades y gracias extraordinarias
La santa fundó también en Pastrana un convento de carmelitas descalzas. Cuando murió Don Ruy Gómez de Silva, quien había ayudado a Teresa en la fundación de los conventos de Pastrana, su mujer quiso hacerse carmelita, pero exigiendo numerosas dispensas de la regla y conservando el tren de vida de una princesa. Teresa, viendo que era imposible reducirla a la humanidad propia de su profesión, ordenó a sus religiosas que se trasladasen a Segovia y dejasen a la princesa su casa de Pastrana.
En 1570, la santa, con otra religiosa, tomó posesión en Salamanca de una casa que hasta entonces había estado ocupada por ciertos estudiantes "que se preocupaban muy poco de la limpieza". Era un edificio grande, complicado y ruinoso, de suerte que al caer la noche la compañera de la santa empezó a ponerse muy nerviosa. Cuando se hallaban ya acostadas en sendos montones de paja ("lo primero que llevaba yo a un nuevo monasterio era un poco de paja para que nos sirviese de lecho"), Teresa preguntó a su compañera en qué pensaba. La religiosa respondió: "Estaba yo pensando en qué haría su reverencia si muriese yo en este momento y su reverencia quedase sola con un cadáver". La santa confiesa que la idea la sobresaltó, porque, aunque no tenía miedo de los cadáveres, la vista de ellos le producía siempre "un dolor en el corazón". Sin embargo, respondió simplemente: "Cuando eso suceda, ya tendré tiempo de pensar lo que haré, por el momento lo mejor es dormir".
En julio de ese año, mientras se hallaba haciendo oración, tuvo una visión del martirio de los beatos jesuitas Ignacio de Azevedo y sus compañeros, entre los que se contaba su pariente Francisco Pérez Godoy. La visión fue tan clara, que Teresa tenía la impresión de haber presenciado directamente la escena, e inmediatamente la describió detalladamente al P. Alvarez, quien un mes más tarde, cuando las nuevas del martirio llegaron a España, pudo comprobar la exactitud de la visión de la santa.
Nombrada superiora de La Encarnación
Por entonces, San Pío V nombró a varios visitadores apostólicos para que hiciesen una investigación sobre la relajación de las diversas órdenes religiosas, con miras a la reforma. El visitador de los carmelitas de Castilla fue un dominico muy conocido, el P. Pedro Fernández. El efecto que le produjo el convento de La Encarnación de Avila fue muy malo, e inmediatamente mandó llamar a Santa Teresa para nombrarla superiora del mismo. La tarea era particularmente desagradable para la santa, tanto porque tenía que separarse de sus hijas, como por la dificultad de dirigir una comunidad que, desde el principio, había visto con recelo sus actividades de reformadora.
Al principio, las religiosas se negaron a obedecer a la nueva superiora, cuya sola presencia producía ataques de histeria en algunas. La santa comenzó por explicarles que su misión no consistía en instruirlas y guiarlas con el látigo en la mano, sino en servirlas y aprender de ellas: "Madres y hermanas mías, el Señor me ha enviado aquí por la voz de la obediencia a desempeñar un oficio en el que yo jamás había pensado y para el que me siento muy mal preparada . . . Mi única intención es serviros . . . No temáis mi gobierno. Aunque he vivido largo tiempo entre las carmelitas descalzas y he sido su superiora, sé también, por la misericordia del Señor, cómo gobernar las carmelitas calzadas". De esta manera se ganó la simpatía y el afecto de la comunidad y le fue menos difícil restablecer la disciplina entre las carmelitas calzadas, de acuerdo con sus constituciones. Poco a poco prohibió completamente las visitas demasiado frecuentes (lo cual molestó mucho a ciertos caballeros de Avila), puso en orden las finanzas del convento e introdujo el verdadero espíritu del claustro. En resumen, fue aquella una realización característicamente teresiana.
Sevilla
En Veas, a donde había ido a fundar un convento, la santa conoció al P. Jerónimo Gracián, quien la convenció fácilmente para que extendiese su campo de acción hasta Sevilla. El P. Gracián era un fraile de la reforma carmelita que acababa precisamente de predicar la cuaresma en Sevilla.
Fuera de la fundación del convento de San José de Avila, ninguna otra fue más difícil que la de Sevilla; entre otras dificultades, una novicia que había sido despedida, denunció a las carmelitas descalzas ante la Inquisición como "iluminadas" y otras cosas peores.
La persecución lleva a la separación entre calzados y descalzos
Los carmelitas de Italia veían con malos ojos el progreso de la reforma en España, lo mismo que los carmelitas no reformados de España, pues comprendían que un día u otro se verían obligados a reformarse. El P. Rubio, superior general de la orden, quien hasta entonces había favorecido a santa Teresa, se pasó al lado de sus enemigos y reunió en Plasencia un capítulo general que aprobó una serie de decretos contra la reforma. El nuevo nuncio apostólico, Felipe de Sega, destituyó al P. Gracián de su cargo de visitador de los carmelitas descalzos y encarceló a San Juan de la Cruz en un monasterio; por otra parte, ordenó a Santa Teresa que se retirase al convento que ella eligiera y que se abstuviese de fundar otros nuevos.
La santa, al mismo tiempo que encomendaba el asunto a Dios, decidió valerse de los amigos que tenía en el mundo y consiguió que el propio Felipe II interviniese en su favor. En efecto, el monarca convocó al nuncio y le reprendió severamente por haberse opuesto a la reforma del Carmelo.
En 1580 obtuvo de Roma una orden que eximía a los carmelitas descalzos de la jurisdicción del provincial de los calzados. "Esa separación fue uno de los mayores gozos y consolaciones de mi vida, pues en aquellos veinticinco años nuestra orden había sufrido más persecuciones y pruebas de las que yo podría escribir en un libro. Ahora estábamos por fin en paz, calzados y descalzos, y nada iba a distraernos del servicio de Dios".
Aguila y paloma
Indudablemente Santa Teresa era una mujer excepcionalmente dotada. Su bondad natural, su ternura de corazón y su imaginación chispeante de gracia, equilibradas por una extraordinaria madurez de juicio y una profunda intuición, le ganaban generalmente el cariño y el respeto de todos. Razón tenía el poeta Crashaw al referirse a Santa Teresa bajo los símbolos aparentemente opuestos de "el águila" y "la paloma". Cuando le parecía necesario, la santa sabía hacer frente a las más altas autoridades civiles o eclesiásticas, y los ataques del mundo no le hacían doblar la cabeza. Las palabras que dirigió al P. Salazar: "Guardaos de oponeros al Espíritu Santo", no fueron el reto de una histérica sino la verdad. Y no fue un abuso de autoridad lo que la movió a tratar con dureza implacable a una superiora que se había incapacitado a fuerza de hacer penitencia. Pero el águila no mata a la paloma, como puede verse por la carta que escribió a un sobrino suyo que llevaba una vida alegre y disipada: "Bendito sea Dios porque os ha guiado en la elección de una mujer tan buena y ha hecho que os caséis pronto, pues habíais empezado a disiparos desde tan joven, que temíamos mucho por vos. Esto os mostrará el amor que os profeso". La santa tomó a su cargo a la hija ilegítima y a la hermana del joven, la cual tenía entonces siete años: "Las religiosas deberíamos tener siempre con nosotras a una niña de esa edad".
Ingenio y franqueza
El ingenio y la franqueza de Teresa jamás sobrepasaban la medida, ni siquiera cuando los empleaba como un arma. En cierta ocasión en que un caballero indiscreto alabó la belleza de sus pies descalzos, Teresa se echó a reír y le dijo que los mirase bien porque jamás volvería a verlos. Los famosos dichos "Bien sabéis lo que es una comunidad de mujeres" e "Hijas mías, estas son tonterías de mujeres", demuestran el realismo con que la santa consideraba a sus súbditas.
Criticando un escrito de su buen amigo Francisco de Salcedo, Teresa le escribía: "El señor Salcedo repite constantemente: ‘Como dice el Espíritu Santo’, y termina declarando que su obra es una serie de necedades. Me parece que voy a denunciarle a la Inquisición".
Selección de novicias
La intuición de Santa Teresa se manifestaba sobre todo en la elección de las novicias. Lo primero que exigía, aun antes que la piedad, era que fuesen inteligentes, es decir, equilibradas y maduras, porque sabía que es más fácil adquirir la piedad que la madurez de juicio. "Una persona inteligente es sencilla y sumisa, porque ve sus faltas y comprende que tiene necesidad de un guía. Una persona tonta y estrecha es incapaz de ver sus faltas, aunque se las pongan delante de los ojos; y como está satisfecha de sí misma, jamás se mejora". "Aunque el Señor diese a esta joven los dones de la devoción y la contemplación, jamás llegará a ser inteligente, de suerte que será siempre una carga para la comunidad". ¡Que Dios nos guarde de las monjas tontas!"
Últimos años
En 1580, cuando se llevó a cabo la separación de las dos ramas del Carmelo, Santa Teresa tenía ya sesenta y cinco años y su salud estaba muy debilitada. En los dos últimos años de su vida fundó otros dos conventos, lo cual hacía un total de diecisiete. Las fundaciones de la santa no eran simplemente un refugio de las almas contemplativas, sino también una especie de reparación de los destrozos llevados a cabo en los monasterios por el protestantismo, principalmente en Inglaterra y Alemania.
Dios tenía reservada para los últimos años de vida de su sierva, la prueba cruel de que interviniera en el proceso legal del testamento de su hermano Lorenzo, cuya hija era superiora en el convento de Valladolid. Como uno de los abogados tratase con rudeza a la santa, ésta replicó: "Quiera Dios trataros con la cortesía con que vos me tratáis a mí". Sin embargo, Teresa se quedó sin palabra cuando su sobrina, que hasta entonces había sido una excelente religiosa, la puso a la puerta del convento de Valladolid, que ella misma había fundado. Poco después, la santa escribía a la madre de María de San José: "Os suplico, a vos y a vuestras religiosas, que no pidáis a Dios que me alargue la vida. Al contrario, pedidle que me lleve pronto al eterno descanso, pues ya no puedo seros de ninguna utilidad".
En la fundación del convento de Burgos, que fue la última, las dificultades no escasearon. En julio de 1582, cuando el convento estaba ya en marcha, Santa Teresa tenía la intención de retornar a Avila, pero se vio obligada a modificar sus planes para ir a Alba de Tormes a visitar a la duquesa María Henríquez. La Beata Ana de San Bartolomé refiere que el viaje no estuvo bien proyectado y que Santa Teresa se hallaba ya tan débil, que se desmayó en el camino. Una noche sólo pudieron comer unos cuantos higos. Al llegar a Alba de Tormes, la santa tuvo que acostarse inmediatamente. Tres días más tarde, dijo a la Beata Ana: "Por fin, hija mía, ha llegado la hora de mi muerte". El P. Antonio de Heredia le dio los últimos sacramentos y le preguntó donde quería que la sepultasen. Teresa replicó sencillamente: "¿Tengo que decidirlo yo? ¿Me van a negar aquí un agujero para mi cuerpo?" Cuando el P. de Heredia le llevó el viático, la santa consiguió erguirse en el lecho, y exclamó: "¡Oh, Señor, por fin ha llegado la hora de vernos cara a cara!" Santa Teresa de Jesús, visiblemente transportada por lo que el Señor le mostraba, murió en brazos de la Beata Ana a las 9 de la noche del 4 de octubre de 1582.
Precisamente al día siguiente, entró en vigor la reforma gregoriana del calendario, que suprimió diez días, de suerte que la fiesta de la santa fue fijada, más tarde, el 15 de octubre.
Santa Teresa fue sepultada en Alba de Tormes, donde reposan todavía sus reliquias.
Su canonización tuvo lugar en 1622.

PENTECOSTES

EL DESEO DEL ESPIRITU SANTO

Desde la Buhardilla de Jeronimo

 

Hoy empieza la novena en preparación para la Solemnidad de Pentecostés. Aprovechamos la ocasión para ofrecer este breve y bello extracto de un sermón de San Juan de Ávila.

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No vendrá el Espíritu Santo a ti si no tienes hambre de Él, si no tienes deseo de Él. Y los deseos que tienes de Dios, aposentadores son de Dios, y señal es que si tienes deseos de Dios, que presto vendrá a ti. No te canses de desearlo, que, aunque te parezca que lo esperas y no viene y aunque te parezca que lo llamas y no te responde, persevera siempre en el deseo y no te faltará.

Hermano, ten confianza en Él. Porque debes, hermano mío, asentar en tu corazón que, si estás desconsolado y llamas al Espíritu Santo y no viene, es porque aún no tienes el deseo que conviene para recibir tal Huésped. Y si no viene, no es porque no quiere venir, no es porque lo tiene olvidado, sino para que perseveres en el deseo, y perseverando hacerte capaz de Él, ensancharte ese corazón, hacer que crezca la confianza, que de Su parte te certifico que nadie lo llama que se salga vacío de Su consolación.

¡Y cómo dice esto el real profeta David! El deseo de los pobres no lo menospreció Dios, oyólo el Señor (Sal 21,25) ¿Quién es pobre? Pobre es aquél que desconfía de sí mismo y confía sólo en Dios; pobre es aquel que desconfía de su parecer propio y fuerzas, de su hacienda, de su saber, de su poder; aquel es pobre que conoce su bajeza, su gran poquedad; que conoce ser un gusano, una podredumbre, y pone juntamente con esto su arrimo en sólo Dios y confía que es tanta Su Misericordia, que no le dejará vacío de Su consolación. Los deseos de estos tales oye Dios.

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San Juan de Ávila, “Sermones del Espíritu Santo” (Primer sermón, Domingo infraoctava de la Ascensión).

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¿POR QUE SOY CATOLICO? G.K Cherteston

    desde "Creer en Mexico. org"

La dificultad de explicar “por qué soy un católico”, es porque hay mil razones que se juntan en una sola: El Catolicismo es Verdadero. Podría llenar todo mi espacio con distintas frases en que cada una partiera con las palabras: “Es la única cosa que…” Como por ejemplo (1) Es la única cosa que realmente previene al pecado de ser un secreto. (2) Es la única cosa en la que el superior no puede ser superior; en el sentido displicente. (3) Es la única cosa que libera al hombre de la degradante esclavitud de ser un hijo de su época (4) Es la única cosa que habla como si fuera la Verdad; como si fuera el verdadero mensajero que se rehúsa a alterar el verdadero mensaje. (5) Es el único tipo de Cristianismo que realmente contiene a todo tipo de hombre; incluso al hombre respetable. (6) Es el único gran intento por cambiar al mundo desde adentro; trabajando a través de las voluntades y no de la ley; y así sigue.

O podría trata el asunto personalmente y describir mi propia conversión; pero sucede que tengo un fuerte sentimiento de que este método hace ver el asunto mucho mas pequeño de lo que realmente es.

Numerosos hombres, mucho mejores, han sido sinceramente convertidos a religiones mucho peores. Yo preferiría mucho mas tratar de decir aquí sobre la Iglesia Católica precisamente las cosas que no se pueden decir incluso de sus respetables rivales.

En fin, voy a decir precisamente respecto de la Iglesia Católica que es católica. Me gustaría tratar de sugerir que no es solamente más grande que yo, sino que más grande que cualquier cosa en el mundo; que es, de hecho, más grande que el mundo. Pero como este espacio es corto, y solo puedo tomar una sección, la voy a considerar en su capacidad de ser guardiana de la Verdad.

El otro día un bien-conocido escritor, en otro sentido bien-informado, dijo que la Iglesia Católica es la enemiga de las nuevas ideas. Es probable que no se le ocurriera que su propio comentario no era exactamente de la naturaleza de las nuevas ideas. Es una de las nociones que los católicos tienen que estar continuamente refutando, porque es una muy vieja idea. De hecho, aquellos que se quejan que el catolicismo no puede decir nada nuevo, rara vez piensan que es necesario decir cualquier cosa nueva sobre el catolicismo. En cuanto a los hechos, un verdadero estudio de la historia demostrará que es curiosamente contrario a los hechos. En cuanto a que las ideas son realmente ideas, y en cuanto a que cualquiera de esas ideas puede ser nueva, los católicos continuamente han sufrido por apoyar esas ideas cuando realmente eran nuevas; cuando eran demasiado nuevas para encontrar a cualquier otro que las apoyara. El Católico no solo era el primero en el campo, sino que estaba sólo en el campo; y ahí no había nadie que pudiera entender lo que él allí había encontrado.

De esta manera, por ejemplo, cerca de doscientos años antes de la Declaración de Independencia y la Revolución Francesa, en una era devota al orgullo y alabanza de príncipes, el Cardenal Bellarmino y Suárez el Hispano lograron explicar lucidamente toda la teoría de la democracia real. Pero en la era del Derecho Divino ellos solo dieron la impresión de ser unos sofistas y sanguinarios Jesuitas, arrastrándose con dagas para efectuar el asesinato del rey. Y, de nuevo, el Cauists de los colegios católicos dijo todo lo que realmente se puede decir para las obras problemáticas y las novelas problemáticas de nuestro propio tiempo, doscientos años antes de que fueran escritas. Ellos dijeron que realmente hay problemas de conducta moral; pero ellos tuvieron el infortunio de decirlo dos mil años muy adelantados. En un tiempo de gran (tub.thumping) fanatiquismo y libre y fácil vituperio, casi logran que les llamen mentirosos y (shufflers) por ser psicológicos, antes de que la psicología estuviera de moda. Sería fácil dar otros numerosos ejemplos hasta el tiempo presente, y el caso de que hay ideas que todavía son muy nuevas para ser comprendidas. Hay pasajes de la “Encíclica Laboral” del Papa León XII {también conocida como Rerum Novarum, publicada en 1891} que sólo ahora están empezando a ser usadas como pistas para los movimientos sociales mucho más nuevos que el socialismo. Y cuando el Sr. Belloc escribió acerca del Estado Servil, él avanzó una teoría económica tan original que difícilmente alguien se ha dado cuenta qué es. Una cuantas centurias más adelante, probablemente otras personas las repitan, y la repitan mal. Y después, si los Católicos objetan, sus protestas serán fácilmente explicadas por los bien conocidos hechos de que los Católicos nunca se han interesado por nuevas ideas.

Sin embargo, el hombre que hizo el comentario sobre los Católicos quería decir algo; y es solamente justo para él, el entenderlo mas bien claramente de cómo él lo dijo.
Lo que él quiso decir era que, en el mundo moderno, la Iglesia Católica es, de hecho, la enemiga de muchas modas influenciables; muchas de las cuales todavía proclaman el ser nuevas, aunque muchas de ellas están empezando a ser un poco rancias. En otras palabras, en cuanto a lo que quiso decir, que la Iglesia usualmente ataca lo que el mundo en cualquier momento apoya, estaba perfectamente en lo cierto. La Iglesia usualmente se pone en contra de las modas de este mundo que pasan de moda; Y ella tiene experiencia suficiente para saber como cuan rápido pasaran de moda. Pero para entender exactamente lo que esto envuelve, es necesario más bien tomar un punto de vista más amplio y considerar la finalidad natural de las ideas en cuestión, considerar, por así decirlo, la idea de la idea.

Nueve de cada diez de las ideas que llamamos nuevas son en realidad viejos errores. La Iglesia Católica tiene por una de sus principales obligaciones el prevenir a la gente que cometa esos viejos errores; de cometerlos una y otra vez para siempre, como la gente siempre hace cuando se las deja a ellas solas. La verdad sobre la actitud Católica respecto a la herejía, o como algunos dirían, hacia la libertad, puede ser mejor expresada, a lo mejor, usando la metáfora de un mapa.
La Iglesia Católica lleva una especie de mapa de la mente que se parece mucho a un mapa de un laberinto, pero que de hecho es una guía para el laberinto. Ha sido compilada por el conocimiento, que incluso considerándolo como conocimiento humano, no tiene ningún paralelo humano.

No hay ningún otro caso de una continua institución inteligente que haya estado pensando sobre pensar por dos mil años. Su experiencia naturalmente cubre casi todas las experiencias, y especialmente casi todos los errores. El resultado es un mapa en el que todos los callejones ciegos y malos caminos están claramente marcados, todos los caminos que han demostrado no valer la pena por la mejor de las evidencias; la evidencia de aquellos que los han recorrido.

En este mapa de la mente los errores son marcados como excepciones. La mayor parte de el consiste en patios de recreos y felices lugares de caza, donde la mente puede tener tanta libertad como quiera; sin mencionar cualquier numero de terrenos de batalla intelectuales donde la batalla esta indefinidamente abierta e indecisa. Pero definitivamente toma la responsabilidad de marcar ciertos caminos que llevan a ninguna parte, o que te llevan a la destrucción, a una muralla en blanco, o a un precipicio total.

Por estos medios, previene a los hombres de perder el tiempo o perder la vida por caminos que han sido encontrados fútiles o desastrosos una y otra vez en el pasado, pero que puede, por lo demás, atrapar a viajeros una y otra vez en el futuro. La Iglesia se hace responsable de prevenir a su gente en contra de esto: y respecto a esto depende el verdadero problema del caso.
Ella defiende dogmáticamente a la humanidad de sus peores enemigos, esos anticuados, horribles y devoradores monstruos que son los viejos errores.

Ahora, todos estos falsos problemas tienen una forma de parecer bastante frescos, especialmente para nuestra nueva generación. Su primera declaración siempre suena inofensiva y plausible.
Voy a dar sólo dos ejemplos. Suena inofensivo decir, como la mayoría de la gente moderna ha dicho: “Las acciones son solamente malas cuando son malas para la sociedad” Siguiendo esto a cabalidad, tarde o temprano tu vas a tener la inhumanidad de una colmena o una ciudad pagana, estableciendo la esclavitud como el mas barato y seguro medio de producción, torturando a los esclavos por evidencia porque los individuos son nada para el Estado, declarando que un hombre inocente debe morir por el pueblo, como hicieron los asesinos de Cristo. Entonces, a lo mejor, vas a volver a las definiciones Católicas, y encontraras que la Iglesia, que mientras también dice que es nuestro deber trabajar para la sociedad, dice otras cosas además que prohíben la injusticia individual.

O denuevo, suena bastante piadoso decir “Nuestro conflicto moral debe terminar con una victoria de lo espiritual sobre lo material” Siguiendo esto a cabalidad, terminaras en la locura de los Maniqueos, diciendo que el suicidio es bueno porque es un sacrificio, que una perversión sexual es buena porque no produce vida, que el demonio hizo el sol y la luna ya que son materiales. Entonces pondrías comenzar a suponer por que el Catolicismo insiste en que hay espíritus malos al igual que hay espíritus buenos; y que lo material también puede ser sagrado, como en la Encarnación o en la Misa, en el Sacramento del Matrimonio o en la Resurrección del Cuerpo.

Ahora no hay otra mente corporativa en el mundo que actúe de ésta manera para prevenir a las mentes se encaminen al error.

El policía viene muy tarde, cuando trata de prevenir al hombre de que se vuelva malo. El doctor viene muy tarde, porque el sólo viene a buscar a un loco, no a advertir a uno sano en como no volverse loco. Y todas las demás sectas y escualas son inadecuadas para tal propósito. Esto no es porque cada una de ellas pueda no contener una verdad, sino que precisamente porque cada una de ellas contiene una verdad; y se contente con contener una verdad. Ninguna de esas otras en verdad pretende contener la verdad. Ninguna de las otras en realidad pretende esta mirando en todas las direcciones al mismo tiempo. La Iglesia no esta meramente armada contra las herejías del pasado, ni siquiera las del presente, sino igualmente contra las del futuro, que pueden ser exactamente lo opuesto a la del presente.

Catolicismo no es ritualismo; puede que en el futuro esté luchando contra una suerte de supersticiosa e idolatra exageración de un ritual. Catolicismo no es ascetismo; en el pasado ha estado una y otra vez en contra de la fanática y cruel exageración del ascetismo. Catolicismo no es meramente misticismo; está incluso ahora defendiendo a la razón humana contra el misticismo de los Pragmáticos.

Así, cuando el mundo se transformó en Puritano en el siglo diecisiete, la Iglesia estaba cargada con pujante caridad hasta el punto del sofismo, al hacer todo más fácil con la permisividad de lo confesional.

Ahora el mundo no se esta volviendo Puritano sino Pagano, es la Iglesia la que esta en todas partes protestando contra el relajo Pagano del vestir y los modales. Es hacer lo que los Puritanos quieren hecho cuando realmente lo quieren. Con toda probabilidad, todo lo que es bueno en el Protestantismo va a sobrevivir en el Catolicismo; y en el sentido de que todos los Católicos van a seguir siendo Puritanos cuando los Puritanos se vuelvan Paganos así, por ejemplo, Catolicismo, en un sentido pocamente entendido, se mantiene fuera de la disputa como el Darwinismo en Dayton. Se mantiende fuera debido a que está en alrededor de todo, como una casa se para toda alrededor de dos incongruentes piezas de muebles.

No es una sectaria presunción el decirlo antes y después y mas allá de todas estas cosas en todas las direcciones. Es imparcial en la pelea entre los Fundamentalistas y la teoría del Origen de las Especies, porque va más atrás que el origen de ese Origen; porque es más fundamental que los Fundamentalistas. Sabe de donde viene la Biblia. También sabe a donde van la mayoría de las teorías de la Evolución, sabe que hubo muchos otros Evangelios, y que los otros solo fueron eliminados por la autoridad de la Iglesia Católica. Sabe que hay otras muchas teorías de la evolución además de la teoría Darwiniana; y que está última es bastante probable que sea eliminada por los avances científicos. No acepta, en el sentido convencional de la frase, las conclusiones de la ciencia, por la simple razón que la ciencia no ha concluido. Concluir es callarse; y el hombre de ciencia no es para nada probable que se calle. No cree, en el sentido convencional de la frase, “lo que la Biblia dice”, por la simple razón de que la Biblia no dice nada. No puedes poner a la Biblia en el estrado de los testigos y preguntarle que es lo realmente quería decir. La controversia Fundamentalista por si misma destruye al Fundamentalismo. La Biblia por si sola no puede ser una base para el acuerdo cuando es ella misma la causa del desacuerdo; no puede ser el piso común de los Cristianos cuando algunos la toman alegóricamente y otros literalmente. Los Católicos se refieren a algo que puede decir algo, a la viviente, consistente y continua mente de la cual yo he hablado; la mente más grande del hombre guiada por Dios.

Cada momento incrementa en nosotros la necesidad moral de una mente inmortal como esa. Debemos tener algo que siga sosteniendo las cuatro esquinas del mundo, mientras nosotros hacemos nuestros experimentos sociales o construimos nuestras Utopías. Por ejemplo, debemos tener un acuerdo final, aunque sea en la evidente hermandad humana, que resista alguna reacción de la brutalidad humana. Nada es mas probable ahora que la corrupción del gobierno representativo llevará, todo a la vez, al rico rompimiento suelto, y pisoteando todas las tradiciones de igualdad con mero orgullo pagano. Debemos tener lo evidente en todas partes reconocido como verdad. Debemos prevenir la mera reacción y la lúgubre repetición de viejos errores. Debemos hacer al mundo intelectual seguro para la democracia. Pero en las condiciones de la mentalidad anárquica moderna, ni siquiera ese o cualquier otro ideal esta a salvo, así como los Protestantes apelaron de sacerdotes a la Biblia, y no se dieron cuanta de que la Biblia también podía ser interrogada, así que los republicanos apelaron de los reyes al pueblo, y no se dieron cuenta de que el pueblo también podía revelarse. No hay término para la disolución de ideas, la destrucción de todas las pruebas de verdad, que ha surgido, posiblemente, desde que el hombre ha abandonado el intento de guardar una central y civilizada Verdad, de contener todas las verdades y rastrear y refutar todos los errores. Desde entonces, cada grupo a tomado una verdad y a gastado su tiempo en volverla falsedad. Hemos tenido nada más que movimientos; o, en otras palabras, monomanías. Pero la Iglesia no es un movimiento sino un lugar de encuentro; lugar de encuentro de toda la verdad en el mundo.

Liturgia

Hay un vacio de pensamiento sobre la lengua latina y su uso en la liturgia (Fray Nelson.com)

7 Mayo, 2009

Si hay algo que brilla por su ausencia en las discusiones sobre el lugar del latín en la liturgia es la falta de argumentos, casi digo yo de parte y parte. La nostalgia de unos se enfrenta con el temor al anacronismo de parte de los otros y al final las cosas quedan en pánico paralizante o cerrazón a todo discurso racional.

Me atrevo a decir que he conocido varias dimensiones de este asunto. Conozco, leo y amo el latín; lo he enseñado en nuestra casa de formación en Bogotá por varios años, y también a nuestros novicios dominicos. He celebrado y rezado en latín en varias partes, incluyendo nuestro Angelicum en Roma. Por otro lado, mi experiencia de fe resulta imposible de comprender sin el entusiasmo (y la percusión y el ritmo) de las celebraciones carismáticas. Y de ahí sobre todo lo que echo de menos cuando se afirma que “sólo” el órgano es “digno” de la liturgia: mi sensación es que canonizar solo la música tubular equivale a dejar de lado la palabra “ritmo,” y en esto se cumple lo que en otras pareas de la vida de fe: lo que la Iglesia menosprecia, alguien lo aprecia, lo hace suyo y lo usa contra la Iglesia. Buena parte, quizás la mayor parte del rock nació y se crió al margen de la fe, y bueno, ahí lo tienes. Ya decían los antiguos: “lo que no es asumido no es redimido” (Quod non assumptus, non redemptus).

Y sin embargo, perder el latín es perder demasiado.

1. Cada lenguaje es la expresión del alma de un pueblo. Durante unos mil años largos la Iglesia, y la civilización occidental misma, pensó en latín, oró en latín, rió en latín. Olvidarse del latín es perder mil años de vida, de búsquedas, de hallazgos, de esperanzas, de poesía.

2. Una proporción solo modesta de textos están traducidos a lenguas modernas, y ninguna traducción reemplaza al original. Cuando hoy oímos “perfidi Iudaei” espontáneamente pensamos en una especie de insulto. Sucede así porque creemos que se puede reemplazar “perfidus” con “pérfido,” pero resulta que este último termino hace tiempo tiene vida propia, y sus sentido no puede asumirse como paralelo del antiguo.

3. Las lenguas llamadas “muertas” tienen por ello mismo una mayor capacidad de estabilidad semántica, y esto es muy necesario en la teología y en la liturgia. Sin al estabilidad en los vocablos terminamos por no saber a qué aluden. Ya es esto difícil cuando se trata de términos como “hypostasis” y “prosopon,” pero es mucho más complejo cuando términos nuevos aspiran a reemplazar a los antiguos, como cuando se propusieron “trans-significación” y “trans-finalización” en vez de “trans-substanciación.” Juzgar de estos asuntos de teología sin una sólida base en latín es temerario, por decir lo menos.

4. El latín tiene su genio propio para expresar una de las dimensiones menos apreciadas hoy, perp más necesarias: la objetividad del culto. ¿Qué se entiende por objetividad aquí? El hecho de que la fuente de la adoración no es el sujeto, en cuanto sujeto de emociones, recuerdos, sentimientos o anhelos, sino lo realmente actuado en, por y a través de Cristo.

5. La Iglesia ha tenido y tendrá que afrontar el embate de los nacionalismos, en tales circunstancias la neutralidad y universalidad del latín cumple un servicio enorme que a la vez previene del afán de protagonismo de cualquier nación o lengua ya todos educa en la pertenencia a una realidad que va más allá de sus propias fronteras.

De lo dicho en el punto cuarto quiero citar un par de ejemplos tomados del Misal Romano. Primero, una oración colecta de una misa para el tiempo pascual:

Deus, qui et libertatis nostrae auctor es et salutis, exaudi supplicantium voces, et, quos sanguinis Filii tui effusione redemisti, fac ut per te vivere et perpetua in te valeant incolumitate gaudere.

Así suele leerse en los misales en lengua castellana:

Señor Dios, origen de nuestra libertad y de nuestra salvación, escucha las súplicas de quienes te invocamos; y ya que nos has salvado por la sangre de tu Hijo, haz que vivamos siempre en ti y en ti encontremos la felicidad eterna.

La versión común en inglés va así:

Lord God, source of our freedom and salvation, listen to our humble prayer. You redeemed us by the shedding of your Son’s blood: enable us to live by your grace, and grant us at all times the joy of your safe keeping.

Las traducciones vernáculas, ambas muy correctas desde el punto de vista lingüístico, creo yo, presentan un movimiento que parte de Dios, llega a nosotros y allí atesorado pide ser preservado; es decir, el sujeto de interés es el hombre redimido. E el tetxo latino el fruto de la acción es pedido en la forma típica de esa lengua, o sea, en tercera persona: “quos… redimisti, fac ut… vivant.” El recurso a la tercera persona hace que el narrador-orante se sitúe como contemplativo y narrador de una acción divina, que da una vida firme, feliz y perdurable a los mismos que rescató. El énfasis está en el Dios redentor.

Un ejemplo diferente lo tomo de la fiesta de San Gregorio Magno. Dice el texto latino:

Deus, qui populis tuis indulgentia consulis et amore dominaris, da spiritum sapientiae, intercedente beato Gregorio papa, quibus dedisti regimen disciplinae, ut de profectu sanctarum ovium fiant gaudia aeterna pastorum.

Lo cual en castellano sale así en algún misal:

Dios todopoderoso y eterno, que pusiste al papa san Gregorio al frente de tu pueblo para que con su ejemplo y su palabra lo ayudara a crecer en santidad; protege, por su intercesión, a los pastores de la Iglesia y al rebaño que les has confiado, para que siempre caminen por las sendas de la salvación.

Esta vez, el traductor español ha tomado la otra opción: traducir literalmente la figura latina de la tercera persona, ya mencionada. El latín va: “da spiritum sapientiae… quibus dedisti regimen disciplinae.” Es una expresión bellísima, de clásica espiritualidad “objetiva,” en la que, de nuevo, Dios aparece como el iniciador y consumador de la gesta salvífica. La traducción arruina ese propósito y ni siquiera menciona el espíritu de sabiduría; mucho menos sabe qué decir del “regimen disciplinae;” quizás no le parece popular. El inglés traduce así:

God our Father, your rule is a rule of love, your providence is full of mercy for your people. Through the intercession of Saint Gregory grant the spirit of wisdom to those you have placed in authority, so that the spiritual grouwth of the people may bring eternal joy to the pastors.

Mejor que la versión castellana pero se pierden varias cosas. Resulta que en latín se habla del señorío de Dios (”dominaris”), y eso desaparece en inglés. En latín Dios es señor de los pueblos, y por eso se mencionan “populis tuis;” ello también falta en inglés. La sutileza y belleza de “indulgentia consulis” no existe más. Y la “disciplina” tampoco gustó a irlandeses, ingleses, australianos o estadounidenses.

Ahora pregunto yo: ¿cómo sabrán quienes solo conocen sus respectivas lenguas de cuánto se están perdiendo?

No pido yo simplemente que se diga todo en latín. Una respuesta integral a esta situación pide sacerdotes que amen el ser y la vida de la Iglesia, y que sean verdaderos liturgos, capaces de tomar de los tesoros de la Iglesia lo antiguo y lo nuevo.

EL LATÍN

   El latín es la lengua oficial de la Iglesia. La Iglesia lo emplea en los Divinos Oficios para conservar mejor la unidad de fe pues como las lenguas vivas cambian de continuo, su uso podría introducir alteraciones en la Liturgia y en los ritos de los sacramentos.
   Además, usando la misma lengua en los países más diversos; brilla la catolicidad de la Iglesia. En ningún templo católico puede sentirse extraño un hijo de la Iglesia, porque en todas partes se celebran los mismos oficios, interpretados con las mismas palabras.

3. El latín, lengua litúrgica.

   Los libros litúrgicos están escritos en la lengua oficial de la Iglesia, o sea en latín, que es, desde el siglo III o principios del IV, la única lengua litúrgica de todo el Occidente. Los pocos vocablos griegos (el" Kyrie eléison", de la Misa y de las Letanías, y el trisagio "Ágios o Theos" del Viernes Santo), y hebreos ("amen" "alleluia" "hosanna" "sabaoth") que todavía se emplean en la Liturgia romana, son restos de las primitivas lenguas litúrgicas y un indicio bien claro de la unidad de la Iglesia de Cristo, a la que sucesivamente se fueron incorporando judíos, griegos y romanos.
   En los orígenes del cristianismo celebrábase la Liturgia en lengua vulgar, siguiendo en esto el ejemplo de Jesucristo y de los Apóstoles, que usaban el arameo, por ser entonces entra sus compatriotas, el idioma popular. "Los cristianos griegos -dice a este propósito Orígenes- ruegan a Dios en griego; los romanos se sirven de la lengua latina; los demás pueblos le dicen sus alabanzas cada cual en su propio idioma".

   No obstante esta diversidad de lenguas litúrgicas primitivas, el griego, que era a la sazón el idioma más conocido y popular, dominó en seguida a todos los demás, de modo que, hasta la paz de Constantino (313) fue prácticamente la lengua oficial de la Iglesia. A partir de esa época, empero, la influencia de Roma empezó a ser ya decisiva en las naciones cristianas de Occidente, y su lengua, que era ya conocida en todas ellas y usada con frecuencia por los hombres cultos, se impuso en seguida como idioma universal. De esta suerte, el griego cedió su lugar en la Iglesia al latín, el cual quedó en adelante como lengua litúrgica oficial.
   Las Liturgias de Oriente usan desde muy antiguo, según las regiones: el griego, el armenio, el sirio, el etíope y el eslavo, que son las lenguas vulgares de esos mismos pueblos.
  Paulo V concedió a los jesuitas establecidos en China el uso litúrgico de la lengua del país; León XIII permitió el glagolito a los croatas y montenegrinos, que lo venían usando hasta el año 1868; y Benedicto XV consintió que la nueva República checoeslovaca lo empleara igualmente en ciertas solemnidades y en determinados altares. 

4. Ventajas del latín

   El uso del latín, como única lengua litúrgica de Occidente, ofrece varias y muy apreciables ventajas, contra algún pequeño inconveniente.
    Las ventajas son: 

  • 1º) que contribuye poderosamente a conservar la unidad de la fe; 

  • 2º) que facilita a los eclesiásticos de todas las naciones y de todas las lenguas el desempeño, en cualquier iglesia y país, de sus sagradas funciones; y 

  • 3º) que envuelve de cierto misterio y majestad a los actos de culto. 

   Es bien obvio que la unidad y universalidad del latín ha salvaguardado en la Iglesia Romana la unidad e inmutabilidad de la fe, tanto como en las iglesias protestantes ha sido fuente de discordias y discrepancias la adaptación periódica del Libro de Oraciones al lenguaje de la época. Gracias a la lengua única, nuestra fe es proclamada siempre y dondequiera con las mismas fórmulas, las cuales nos han sido transmitidas desde los Apóstoles, de generación en generación. .
   Gracias al latín, por otra parte, no existen propiamente, en la Iglesia Romana, liturgia ni templos extranjeros, como tampoco sacerdotes ni fieles advenedizos: todos nos sentimos dondequiera como en nuestra propia y parroquial iglesia. Para la liturgia no hay patria chica ni dialectos ni celos regionales. Todos somos hijos de una madre común, la Iglesia Romana, y todos hablamos u oimos la misma lengua materna, que, es el latín.
   La antigüedad y venerabilidad del latín y el ser hoy una lengua muerta, contribuye, finalmente, a revestir los ritos litúrgicos de cierta gravedad y misterioso misticismo, que los ponen al resguardo de la profanación y sarcasmo de los burladores de la Iglesia. A la vista están los comentarios picarescos que a veces provocan hoy ciertos cánticos y oraciones populares en la boca de los maliciosos.
   Contra estas indiscutibles ventajas sólo aducen los enemigos del latín, casi todos protestantes o afines a ellos, un inconveniente de bulto, a saber: que es ininteligible al común de los fieles. El inconveniente es cierto, pero no tan grave como a primera vista parece.
   No es tan grave como parece, por cuanto se ha remediado en gran parte con las traducciónes y comentarios del Misal y del Breviario y de los ritos más usuales de la Liturgia; y además, porque para orar bien, no es absolutamente necesario -aunque sea muy conveniente- entender las fórmulas de oración que se usan, ya que es la Iglesia el órgano oficial de la alabanza y nosotros meros portavoces. Para bien orar, basta unir, a la adoración en espíritu y en verdad, la pronunciación y la presencia materiales. 

5. La pronunciación del latín

   Asegurada la unidad de la lengua litúrgica por las grandes ventajas que reporta a la fe y a la piedad cristiana, la Iglesia se preocupa, sobre todo en estos últimos tiempos, de uniformar en lo posible hasta su pronuneiación, para que así reine una más perfecta inteligencia entre los eclesiásticos de todos los países católicos. Y como no es fácil precisar ahora cuál es la verdadera y clásica pronunciación latina, la Iglesia ha manifestado deseos de que se adopte la romana, cuyas características, por lo mismo, es necesario conocer.
   En el latín se pronuncian todas las palabras, y nunca se acentúa la última sílaba de las palabras. Las palabras de más de dos sílabas casi siempre llevan señalado el acento, como en español.
   Los diptongos ae, oe, se pronuncian e. Ejmplo: laetus, coelum, que se leen: Letus, celum. Suelen ecribirse formando una sola letra.
   C, delante de e y de i y de los diptongos ae, oe, se pronuncia aproximadamente como tch. Ej.: pace patche, cibus=tchibus coelum=tchelum. Al duplicarse la c, se duplica también la t. Ejemplo: ecce=ettche.
   Ch se pronuncia k. Ej.: ohérubin=Kérubin, brachio=brakio.
   
Ge, gi no tienen sonido equivalente en español; equivalen a dj francesas Ej.: ágimus=ádjimus, reges=redjes. 

   Gue, gui se pronuncian güe, güi. Ej.: pinguedo=pingüedo, sanguis=sangüis.
   
Gn equivale exactamente a ñ. Ej.: agnus=añus.
  
H se pronuncia k en las palabras mihi, nihil y sus derivados. Ej.: mihi=mik7ci.
   
J se pronuncia como y. Ej.: Jerusalem=Yerusalem, jejúnium=yeyunium.
   
Ll suena como dos l. Ej.: ille=il-le, alleluia=al-leluia. 

   Ph como f. Ej.: Joseph=Yosef, philosophia=filosofía.
   
S, entre dos vocales suena algo más dulce que en español; 

   T, en medio de dicción y seguirla de i y de otra vocal, se pronuncia ts, Ej.: laetitia=letitsia, gratia=gratsia. Pero se conserva el sonido de t cuando está precedida de s o de x. Ej.: ostium=ostium, mixtio=mixtio; y en las palabras Antiochia, y sus derivados.
  
Sc Suena aroximadamente como ch francesa. Ej.: descendit=dechendit.
  
Xc se parece a kch francesas. Ej.: excelsis=ekchelsis.

   Z al principio de la dicción, se pronuncia ds, pero suavizando la s. Ej.: Zachaeus=Dsakeus; y en medio de dicción, como ts. Ej.: N azareus=Natsareus.
   Esta pronunciación romana del latín tiene, para los de habla española, el ligero inconveniente de alterar los sonidos de algunas palabras, cuyo significado, por su gran parecido con el español, adivinan aún los que ignoran totalmente el latín. Así, por eiemplo, pronunciando reges, pace, coelum, etc. a ]a española. no hay nadie que no adivine su significado; mientras que pronunciándolas a la romana, el vulgo en seguida se desorienta. Pero es éste un inconveniente tan insignificante, que apenas merece tenerse en cuenta.
   Algunos gramáticos meticulosos se resisten a pronunciar el latín a la romana, pretextando que no es esa la verdadera pronunciación del lacio; mas conviene recuerden que lo que, por ahora se pretende es tan solo la unificación práctica de dicha pronunciación, no su restauración arqueológioa. Mientras ésta no llegue, bueno y conveniente será fomentar aquélla, siguiendo las directivas de Roma.